lunes, 10 de enero de 2011

No es país para viejos (Cormac McCarthy)

Estando de cacería, Lewelyn Moss descubre en el macabro escenario de una reyerta entre traficantes de droga un maletín con dos millones de dólares; está solo, sin testigos, y decide quedarse con el dinero. De vuelta a la caravana donde vive, Moss podría haber dado fin a la historia y disfrutar de su “golpe de suerte” si no hubiese entrado en escena un nuevo personaje: la conciencia. En el lugar de la matanza abandonó a un moribundo que le pidió agua. Moss decide volver para llevarle el agua que no le dio. Este es el inicio de una persecución en la que el despiadado Anton Chigurh despliega su particular repertorio de sangre y muerte más allá de la recuperación del dinero como objetivo.
     Las reflexiones del sheriff Bell, narradas en primera persona, hilvanan el desarrollo de la historia. En ellas se debate entre la evolución de un entorno social que se aleja de su entendimiento y el miedo a la violencia y la maldad sin sentido. Veterano de la segunda guerra mundial, sufre también el acoso de su conciencia desde que fue inmerecidamente condecorado como héroe de guerra. Esta quemazón es la que le impulsa a trabajar como sheriff y, en este caso, tratar de encontrar a Moss y salvarle de sus perseguidores.
     Es Antes de abordar esta reseña me he entretenido en echar un ojo a algunos comentarios que en la web aparecen sobre el libro, que son bastante menos que sobre la película, y hay un poco de todo; los hay que ven en la novela una llamada de atención sobre la “decadencia moral de la sociedad americana”, otros centran el tema en “la eterna lucha entre el bien y el mal y la inclinación natural del hombre hacia el mal” y hay foros en los que el centro del debate es la desacertada y errónea sintaxis de MacCarthy cuando usa reiteradamente la conjunción “y” en una misma frase. Error de traducción dicen algunos, como si el polisíndeton no lo usara ya Fernando de Herrera en el siglo XVI.
     Aunque pueda sonar paradójico, encuentro que en No es país para viejos hay un halo de esperanza; una visión del hombre como individuo permeable a una sociedad hedonista que vulnera los valores tradicionales pero que no consigue despojarle de su bondad intrínseca, de su conciencia. Es difícil imaginar que cualquiera de nosotros que encuentre dos millones de dólares, en las circunstancias en que lo hace Lewelyn Moos, pueda dejar de pensar en apropiarse del dinero. Lo correcto éticamente sería llamar a la policía….
     Pero no es esta “falta”, que encaja en el comportamiento social actual, lo que preocupa a Moss. Le puede su conciencia. Aún sabiendo que arriesga los dos millones de dólares, y su vida, decide volver al lugar de la masacre y “dar de beber al sediento”. Este rasgo de misericordia es el origen real de la historia: el antagonismo entre la conciencia del hombre corriente y el perfil psicopático de Anton Chigurh, perfectamente caracterizado en su ausencia de empatía y en la detentación del poder sobre la vida ajena a “cara o cruz” de una moneda lanzada al aire.
     Chigurh , es el personaje que acapara el protagonismo de la novela. Es el mal puro, un psicópata asesino que se encuentra en su entorno perfecto y que falazmente justifica sus asesinatos para seguir sumando muertes. Siempre habrá psicópatas, como siempre existirá el mal. Así parece decirlo el autor cuando tras un brutal y fortuito accidente de tráfico Anton Chigurh consigue huir malherido y desparecer de las páginas del libro, con la certeza escrita entre líneas de que volverá para continuar ejerciendo su único oficio.
     No es país para viejos es un libro que se lee con ganas. Su ritmo, desigual y magistralmente compensado, te atrapa desde el principio.
     Tras “La Carretera” y “El guardián del Vergel” y "No es país para viejos", Cormac MacCarthy se confirma en mi biblioteca como un autor que no defrauda. A su habilidad como contador de historias se añade una excelente capacidad de rezumar entre líneas un ensayo esperanzador sobre la naturaleza humana. Al menos para los que queremos ser optimistas.

3 comentarios:

Peri Lope dijo...

Hola, Amilcar. La verdad es que hace tiempo que leí este libro. Me llamó mucho la atención el perfil de los personajes, trágicos e inconscientes (o no del todo conscientes) de la tragedia que están construyendo. Recuerdo perfectamente esa angustia que se mezclaba con el desprecio hacia unos personajes inmorales la mayor parte de las veces, o demasiado incautos y, en cualquier caso, llenos de defectos.

Otra cuestión es el distanciamiento de McCarthy (que tan bien escribe y tan bien es traducido)de estos personajes y de las situaciones los envuelven. Como no queriendo saber nada: ni salvándolos ni condenándolos.

Y reitero la mestría de McCarthy (o de sus traductores).Recuerdo especialmente bien la caída de Moss por el cantilado (o cortante del terreno) mientras es perseguido al comienzo de la novela: juro que caí con él: menudo trompazo.

Tengo por ahí pendientes MERIDANO DE SANGRE y TODOS LOS HERMOSOS CABALLOS. Las espero igual de crueles. Por cierto, me cuesta dar con la esperanza que apuntas en McCarthy, sobre todo en esta que comentas hoy. Podemos hablar sobre ello. Si te place.

David Pérez Vega dijo...

Hola:
Me alegro de que te haya gustado este libro.
Una diferencia que me parece relevante respecto a la película: en el libro el protagonista es un veterano de Vietnam, igual que el sheriff es veterano de la 2ª Guerra Mundial, y el hecho de que el protaginista sea un cazador creo que tiene que ver con ese recuerdo de la guerra de Viernam, y así se reflexiona también sobre la influencia de las guerras en la sociedad. Algo que la película no cuenta.

Me resultó llamativo como juega el autor con esas elipsis enormes, tajantes.
A ver si leo en breve La carretera

David

Tomás A.G. dijo...

Mi próxima parada en la obra de McCarthy es Ciudades de la llanura, con la que cerraré la trilogía de la frontera. A continuación tenía pendiente esta novela que comentas. Tengo muchas esperanzas de que me guste, me fascina la forma de escribir de McCarthy.

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