jueves, 20 de mayo de 2010

El hombre en busca de sentido (Victor Frankl)


Victor Frankl (1905 – 1997) es el creador de la logoterapia, tercera escuela austriaca de psicología, basada en la voluntad de sentido: Gran parte de los trastornos psicológicos que presenta el hombre actual proceden de su incapacidad para encontrarle algún sentido a la vida. La formulación de las preguntas adecuadas y la reflexión de sus respuestas pueden conducir a la desaparición de muchas psicopatías. Es una alternativa que complementa y, en ocasiones sustituye, al psicoanálisis. Muchos de los casos que describe difícilmente podrían haberse solucionado con la terapia Freudiana.

     Este libro no estaba entre las lecturas previstas para este mes, figuraba en el rincón de libros pendientes, sin fecha de lectura. Lo saqué del estante durante uno de esos vistazos que se echan a la biblioteca; sabes lo que hay pero miras como si fueras a encontrar algo diferente, algo similar a cuando abres el frigorífico por enésima vez.
     Con sólo ojear sus páginas me atrajo hasta engullirme.
     No se trata de un tratado de psicología; si bien el autor reserva las páginas finales para realizar una semblanza de la logoterapia, el libro narra una historia: su experiencia como prisionero en varios campos de concentración en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial.
     Su historia, aparte de la indignación ante la barbarie, despierta admiración. Sobrecoge su capacidad para afrontar la adversidad en unas condiciones infrahumanas donde lo natural sería dejarse vencer por la desesperación. Victor Frankl describe su lucha por encontrar sentido a tanto sufrimiento y no abandonarse a la desgana, a la muerte segura. Cuenta el autor que aquellos que eran hombres de espíritu, personas cultivadas, soportaban mejor la situación que los menos instruidos “al ser capaces de abstraerse del terrible entorno y sumergirse en un mundo de riqueza interior y de libertad de espíritu.” Esa fortaleza de su espíritu es la que alimenta sus días y ganas de vivir. Victor Frankl defiende que nadie puede arrebatarnos nuestra libertad interior. Que ella determina nuestra capacidad de elegir una actitud personal ante el destino confiriendo a la existencia una intención y un sentido, hasta el punto de aceptar y soportar el sufrimiento como parte consustancial a la vida. Este rasgo ascético de asimilar el sufrimiento al sentido de la existencia queda bien reflejado en una frase que pide ser subrayada en cuanto se lee: “Una vida, cuyo último y único sentido consistiera en salvarse o no, es decir, cuyo sentido dependiera del azar del sinnúmero de arbitrariedades que tejen la vida en un campo de concentración, no merecería la pena ser vivida
     Es paradójico que de la perversa brutalidad del hombre sobre el hombre surja la certeza de que el sufrimiento soportado tenga algún sentido. El autor describe también cómo se enriquece su mundo interior al sublimar los sentimientos, metas y deseos que afianzan y estimulan su deseo de seguir vivo: la necesidad de transcender comunicando su saber, la de perpetuarse en un hijo, y, sobre todas las cosas, el amor profesado a su mujer, interlocutora imaginaria recluida en el mismo campo y a la que nunca volvió a ver.
     En contra de lo previsible, Victor Frankl no describe con detalle las atrocidades cometidas en los campos de concentración; enfoca su experiencia desde la perspectiva que sugiere el subtítulo del libro : “un psiquiatra en un campo de concentración”. No por ello lo que cuenta es menos terrible; con apenad una pincelada queda patente el horror que padecieron los millones de hombres que vivieron aquel infierno: “un compañero amigo se agitaba en sueños bajo el efecto de alguna horrible pesadilla (…) Decidí despertar al pobre hombre, pero en el último instante me detuve, retiré rápidamente mi mano austado por lo que iba a hacer. Comprendí con rapidez, de forma descarnada, que ningún sueño, por muy horrible que fuese, podría ser peor que nuestra actual realidad, una realidad a la que estuve a punto de cometer la crueldad de devolverlo.”

jueves, 8 de abril de 2010

Up in the air (Walter Kirn)

     Walter Kirn es un escritor nacido en 1963. Crítico literario, ensayista y novelista de éxito: además de la adaptación cinematográfica en 2009 de Up in the air (publicada en 2001) le han llevado al cine otra de sus novelas, Thumbsucker; esto, siendo norteamericano, le permite vivir en un hermoso rancho y dedicarse a escribir novelas, algún ensayo y colaborar en revistas.

     Up in the air, o En el aire, es la historia de Ray Bingham, uno de esos trajeados viajantes que pululan por los aeropuertos de ciudad en ciudad trabajando para una gran compañía de asesoramiento. Ray está especializado en ATL (asesoramiento de transición laboral), una eufemística referencia a la tarea de ejecutar despidos de personal directivo. Un trabajo que no le gusta y que sobrelleva creando su propio mundo virtual, “Mundo Aéreo”, donde todo es efímero y cambiante y el continuo ir de un lado a otro crea una sensación de actividad que ayuda a solapar un trabajo sin sentido; deposita todo su esfuerzo en la consecución de su meta, su éxito particular: alcanzar el millón de millas acumuladas en la tarjeta de fidelización de la compañía aérea con la que viaja.
     La novela es un esbozo irónico de las grandes empresas americanas de asesoramiento y de su entramado corporativo. Desmedidas y huecas, supeditadas a corrientes de pensamiento cambiantes y estrategias de marketing tan impersonales que parecen sacadas de la irracionalidad. Proyecciones de realidades virtuales que despojan al trabajador de un apoyo tangible que le conecte a su entorno personal y familiar.
     Es una lectura entretenida y ligera, aunque desconcierta en las páginas finales por lo ininteligible que se hace el texto; no sé si es demérito del autor o mérito de traductor. En cualquier caso es un libro que no hubiese comprado si no fuera porque algo me toca: lejos de la hiperbólica agenda de Ryan Bingham, también tengo que desplazarme mucho por mi trabajo, también pertenezco a una gran empresa multinacional, también me gusta elegir los hoteles que me gustan y también me conocen en Avis. Tengo además la tarjeta AVE oro, con ella acumulo puntos, muchos. La grata diferencia está en que los disfruto en mis vacaciones y fines de semana y que mi “Mundo Terrestre” me permite leer y hasta llevar este blog. Lo demás es sólo trabajo.

martes, 30 de marzo de 2010

El guardián del vergel (Cormac McCarthy)

     No se puede uno adentrar en las páginas de este libro buscando una historia sino el dejarse llevar a la deriva por la cadencia hipnótica de sus palabras. Es sólo y simplemente literatura. La que llega adentro, la que toca el alma. Cormac McCarthy posee ese don tan especial de transmitir con frases certeras y lacónicas. A veces con palabras inusuales, desconocidas al menos para mi, pero que, después de rebuscar sus significados en el diccionario, descubres que no podía haber utilizado otras, que esas y sólo esas eran la adecuadas. Nada sobra en sus frases y llenan tanto que obligan a la pausa. A tratar de engullir, en el afán de continuar leyendo, el bocado que suponen unas pocas líneas, compuestas con tal precisión que parecen esponjarse en el entendimiento.
     Montañas, nubes, colinas, madreselvas, la lluvia, el viento y un sinfín de detalles del paisaje sureño mecen nuestra imaginación una y otra vez. Una reiteración que está lejos de parecer cansina y monótona. Son fogonazos continuos de lucidez descriptiva que declinan el ánimo; sitúan al lector en un escenario donde se percibe cuanto ocurre con la misma claridad que el morador de cualquiera de las cabañas de madera alabeada del vergel. Es como enfocar un mismo paisaje desde distintos ángulos, desde diferentes alturas y a la vez con diferentes filtros y condiciones de luz. Todo se hace ver desde la riqueza de sus palabras que, aún referidas a un mismo paisaje, nunca se repiten.
     Es siempre un más allá en la descripción, es descamar las palabras, desprenderlas de lo superfluo hasta sacarle los tuétanos y captar con ellas un paisaje, un movimiento o una escena:
Cuando John Wesley, ya al final de la novela, visita la tumba de su madre, lejos de la habitual parrafada descriptiva de las lápidas y el cementerio, acompañado con alguna reflexión sobre la muerte, más o menos profunda, propia de muchos y muy buenos escritores y que cualquier lector daría por válida y certera, McCarthy saca el tampón y pone su sello:”Tarde. Los muertos amortajados en la corteza terrestre y girando al lento diurnal de la rueda de la tierra, en paz con eclipses, asteroides, novas polvorientas, sus huesos manchados de moho y el tuétano transmutando en frágil piedra, girando, los dedos entrelazados de raíces, siendo uno con Tutankamón y Agamenón, con la simiente y lo nonato.”
     En apenas seis líneas Cormac McCarthy plasma la esencia de la novela. Una magistral recreación del “no somos nadie” de velatorio que exhalan las viejas entre suspiros.
     Leer a McCarthy es dejar el pulso al antojo de sus palabras.

martes, 23 de marzo de 2010

Escribir es un tic (Fracesco Piccolo)

     Cuando leo un buen libro, no hay ocasión en la que no relea determinados pasajes una y otra vez. Me cautivan, me maravillo de la habilidad que ha tenido el autor para escoger las palabras adecuadas y colocarlas en el orden preciso; cómo surge una delicada armonía entre la expresión y el pensamiento, paisaje, o sensación que pretende transmitir. Pienso que quien así lo hizo está iluminado por las musas, que la genialidad es el único origen posible del arte en la escritura. De este goce estético e intelectual surge siempre un componente de admiración de la obra y del autor. Una admiración que, en mi caso, crece cuando pretendo escribir algo, un cuento, una reseña, lo que sea, y la tarea se complica; acaba uno encubriendo su incapacidad, escondiéndola detrás de las palabras, sin atisbar siquiera de lejos la armonía y lucidez expresiva que son corrientes en las páginas de esas obras admiradas. Es natural que esta impotencia avive la curiosidad por conocer las historias y particularidades del proceso de creación de los escritores. De ello trata este libro.
     Si nos dejamos llevar por una sana ingenuidad, los que nos maravillamos de la aparente facilidad con que los buenos escritores juntan palabras, crean personajes y construyen historias, tenemos en Escribir es un tic un aliviadero de frustraciones: el autor, apoyándose en las palabras de muchos escritores y en anécdotas o referencias de sus trabajos, desmitifica el proceso de creación de una obra literaria como resultado único de la inspiración. Detrás de cada obra hay mucho trabajo, una dedicación constante y un cierto orden, es decir, un método
     Este es el denominador común de todo escritor; a partir de aquí, cada uno perfila su procedimiento de trabajo y va adquiriendo costumbres o manías particulares, tics que contribuyen a asentar el método y sentirlo como propio e irrenunciable.
     La importancia del método, de la construcción de un proyecto basado en la constancia, el tesón y la dedicación diaria es origen de casi todas las maravillas literarias que a los legos nos parecen imposibles, extraordinarias y fruto de mentes privilegiadas. No es así (aunque siempre existirán los genios); una mente reflexiva, con el adecuado esfuerzo y dedicación puede crear buena literatura.
     Vale, el método es parte importante, pero no puede ser todo. Lo que no dice Francesco Piccolo es lo que arrecogiendobellotas me comentó en una ocasión: “hoy escribe cualquiera y bien, la técnica de la escritura está al alcance de todos. Pero no todos son capaces de construir una historia que conmueva, apasione o anime al lector a seguir hasta el final con entusiasmo.” Es cierto, hoy quizá sean la imaginación, la creatividad, la capacidad de seleccionar y enfocar temáticas, el marchamo del buen escritor, del gran observador..., y esto ya va en cada uno. ¿No?
De cualquier modo…¡a trabajar!

viernes, 19 de marzo de 2010

Firmin (Sam Savage)

Sam Savage, que en la foto del libro se parece a Peter O'Toole disfrazado de faquir, es americano, nacido en Wisconsin. Doctorado en Filosofía por Yale, publicó esta novela, la primera, ya mayorcito. Parece ser que el éxito le sobrevino bastante después de haberla publicado. Ahora ha aparecido otro libro suyo: “El lamento del perezoso” 
  Firmin es una rata que sabe leer y que devora libros compulsivamente, al principio de forma literal.
     Nace en el sótano de una librería y lo primero que lo caracteriza es  ser el más débil de la camada; ya en los primeros días lucha sin éxito por atrapar una de las doce tetas maternas, acaparadas por sus doce hermanos. Flo, su progenitora, coge tales cogorzas que tras los primeros sorbos sus hermanos quedan amodorrados, es entonces cuando Firmin puede mamar apenas unas gotas para poder sobrevivir. Apremiado por el hambre se ve empujado a alimentarse de los gurruños de papel que acolchan el nido, arrancados por su madre de uno de los libros almacenados en el sótano. Esta dieta provoca en Firmin lo que él mismo denomina “mi insólito desarrollo mental” y que le otorga la capacidad de leer.
     La novela me ha resultado entretenida, triste y hermosa. La narración en primera persona y el lenguaje llano e inocente, permiten un acercamiento a las reflexiones del protagonista perfilando la visión del mimso como alguien encantador. Hay que decir que las ilustraciones contribuyen bastante a que exista esa buena conexión emocional.
     Es sobre todo una historia original que ensalza el amor a los libros y el eterno misterio de la literatura. Firmin crece entre libros y con los libros, de ellos surge su mundo, sus sentimientos, su pensamiento y sus anhelos. Un crecimiento necesariamente empañado con un halo de tristeza que lo va minando poco a poco, encerrado en su cuerpo de rata: “Malo es el amor no correspondido; pero lo que verdaderamente puede hundirlo a uno es el amor no correspondible”, una realidad de la que pretende huir envuelto en sus fantasías pero de la que es plenamente consciente: “En el mundo real hay diferencias que no pueden superarse.”
     En la novela hay referencias continuas a grandes obras literarias Una de ellas es Finnegan Wake de James Joyce al que, en palabras de Firmin, el autor califica como “uno de los Grandes, quizá el más Grande de todos.”. Esta novela es denominada el “Gran Libro” en alusión directa al origen, al nacimiento a la vida mágica y literaria de Firmin, no en vano su papel fue también su primer alimento: “Yo nací, fui acogido y me amamantaron en el armazón deshojado de la obra maestra menos leída del mundo.” Por lo que he podido averiguar, Finnegan Wake relata los sueños del personaje protagonista en un lenguaje singularmente onírico y cuando al amanecer los sueños acaban, el despertar se interpreta como un retorno a la vida consciente, a realidad. No puede ser casual que Savage acabe la novela con Firmin, recostado en el confeti original del nido en que nació, leyendo un pasaje del final de la obra de Joyce, del “Gran Libro”, origen y fin de la maravillosa historia de una rata que, aún sin barbilla, despierta el afecto de cualquier lector sensible.

lunes, 15 de marzo de 2010

Retrato de un hombre inmaduro (Luis Landero)

     Un hombre ya cercano a la muerte cuenta a alguien, desde la cama de un hospital y a lo largo de toda una noche, la historia de su vida. Es la historia de una vida común que sólo abandona la normalidad al hilo de las divagaciones del protagonista, narrador de su propia historia. Una vida compuesta de retales desparejados, de trozos de vida medio vividos, de tristezas, de ilusiones, de amistad, de amor, de tertulias y sobre todo de fragmentos de otras vidas, origen de muchas de sus reflexiones de gustoso espectador: “a mí lo que me parece interesante es el mundo, el asistir gratis al espectáculo de los demás.”
     En más de una ocasión he escuchado en labios de Landero una cita de Ortega y Gasset: “la originalidad no está más allá, sino más acá”. Siguiendo este criterio, el autor propone como personajes a gente corriente, de barrio. Personajes cercanos, sometidos al devenir cotidiano de una vida encorsetada en una realidad que no suele coincidir con sus deseos. Y es este conflicto entre lo que soñamos y lo que somos, siempre presente en la obra de Landero, la fuente inagotable de situaciones, actitudes e interpretaciones que dan paso al humor, a la reflexión, a la tristeza y, en ocasiones, al absurdo: a la vida misma contada desde la afilada percepción de un gran observador.

     Creo que este libro podría haberse titulado, con igual acierto, “Retrato de un hombre corriente” ya que la madurez, como aceptación sin paliativos de la realidad, no existe. Todos nosotros, en mayor o menor medida, conservamos ese don infantil que nos invita a fantasear, a soñar y a enfrentarnos, con la única arma de nuestra imaginación, a una realidad que no nos gusta. Es incluso esta ensoñación la que nos permite, con la valentía del atrevimiento, intentar cambiar lo que tenemos por lo que queremos. Y es quizá la única válvula de escape que nos permite no sucumbir a la tristeza de la resignación. A este respecto, Landero presenta la madurez como imposición; el precio es la renuncia de los sueños, de esos sueños que, una vez alimentados con la vehemencia de la juventud, se tornan recurrentes como pesadillas. Así, con la historia de Florentino, uno de los muchos personajes peculiares que jalonan la vida del protagonista, Landero ilustra magistralmente esta rendición ante la realidad: “Como un director de escena, el destino le fue dando instrucciones, que él cumplió, si no con vocación, sí con decoro. (…) Y no sé, me pareció que había aprendido a no poner la realidad al alcance de la nostalgia.”

     Antes que Retrato de un hombre inmaduro leí hará cosa de un año otro libro de Landero: Hoy, Júpiter. Tengo un buen recuerdo de esta lectura y encuentro en ambos libros el mismo tono coloquial y el narrar fluido de un leguaje cuidado pero sencillo, sin artificios, que pareciera querer pasar desapercibido y que es mérito del autor. En un magnífico párrafo, Landero reivindica con ingenio esta sencillez en la escritura que, a buen seguro, no es fruto de la casualidad y que cualquier lector agradece como un privilegio:
Luego están los que pescan siempre en aguas profundas. Y esto, como todo, ocurre también con los autores de libros. Pescan nada, un pececillo de nada, pero eso sí, siempre en aguas abisales, porque no importa tanto la pesca como el arte de la inmersión. Y es que hay algunos que hablan o escriben tan veladamente y tan para sí mismos que parece que el mensaje va a cobro revertido: es decir, que los gastos corren por cuenta del lector o el oyente. Son gente que, antes de decir algo, ya lo están matizando. Y son gente que ama la verdad, créame, y la busca a su modo. A lo mejor es que la verdad rehúye por norma el hospedaje gratis que le ofrecen las palabras. (…) ¿Y qué decir de los eruditos de diccionario? Es decir, el que rebusca, el que expolia, el que roba la flor para lucirla en el ojal. El chulo de putas del diccionario. El que no hay frase en que no deje algunas palabras de propina.”

viernes, 12 de marzo de 2010

Miguel Delibes

"Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales”
Miguel Delibes Valladolid. 17.Octubre.1920 - 12 Marzo 2010

Mi memoria de Delibes va desde el lejano recuerdo de La sombra del ciprés es alargada , entonces de lectura "obligada" en el instituto,  hasta la maravilla de El Hereje. Salteados entre ambos libros, la hoja roja, Las Ratas (mi preferida) y Los Santos Inocentes. Quedarán cumplidas reseñas en este blog de la relectura de estas obras y otras suyas que hay que leer. Me pesa el escaso conocimiento de un escritor de lujo para nuestras letras y que, de ningún modo, puede quedar relegado al plácido olvido de los clásicos. En su homnaje me impongo la dulce "penitencia" de la lectura de su inmenso legado....

viernes, 5 de marzo de 2010

Mendel el de los libros (Stefan Zweig)

Jackob Mendel, un inmigrante judío ruso, librero de viejo, desarrolla su obsesión bibliófila durante décadas en el vienés café Gluck, siempre ocupando la misma mesa como si de su despacho personal se tratara, arropado por la admiración de su distinguida clientela y por el afecto del propietario del establecimiento. Un día todo cambia para él. En plena primera guerra mundial, de cuya existencia el protagonista es del todo ajeno, es detenido por un absurdo incidente, fruto de su desapego a todo aquello que no sean los libros, apartándolo dramáticamente de su excéntrico mundo. Tras dos años internado en un campo de concentración vuelve a Viena, a sus libros y a su mesa del café Gluck; pero “Mendel ya no era Mendel, como el mundo no era ya el mundo”.
     Este relato, una miniatura de apenas 60 páginas, además de denunciar el deshumanizado manto de miseria moral y política que acompaña a cada guerra, alumbra los oscuros nichos de nuestra conciencia expandiendo un halo de culpabilidad colectiva. Y Zweig lo hace con la sutileza de un maestro, con la naturalidad de su prosa limpia, clara y directa; como en la descripción de la respuesta de la señora Sporchil, la encargada de los aseos, cuando es preguntada acerca del Sr. Mendel: “me preguntó si era un pariente –nadie se había interesado jamás por él, nadie había preguntado nunca por él- y si sabía lo que había ocurrido.” Si atroz y cruel es que el preciado tesoro de Mendel, su portentosa memoria, sea ajado por los golpes de la intolerancia, no es menos terrible que a la memoria de sus coetáneos le aqueje el olvido voluntario. Ilustrativas en este sentido son las últimas palabras del libro: “Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.”
     Repasando la biografía de Stefan Zweig para esta reseña, se reafirma en mí la idea de que este relato tiene algo de expiación: Stefan Zweig, Doctor en Lengua y Literaturas Románicas, se reconoce en la descripción del censor, el personaje que inicia el proceso que desemboca en la detención de Mendel:“empleado de la censura, un subalterno de servicio, profesor de instituto especializado en filología románica”. De igual modo, durante la guerra, el autor trabajó en la biblioteca del archivo militar realizando funciones que, como describe en sus memorias (“El mundo de ayer”), le llevaron a poner su rúbrica al pie de soflamas belicistas: “Tenía que prestar servicio en la biblioteca, (…) y también corregir estilísticamente muchos comunicados dirigidos al público. Desde luego no era una actividad gloriosa, lo reconozco de buen grado,(..)”. Quizá esta interpretación sea hilar muy fino pero, sea como fuere, un autor como Stefan Zweig, con una gran parte de su obra centrada en la libertad del individuo y en la lucha contra la injusticia, no precisa redención alguna.

martes, 2 de marzo de 2010

Azul casi transparente (Ryu Murakami)

     Este no es el Murakami del que ahora se habla (el de Tokio blues). Simplemente, es otro autor japonés. Con este libro inició una exitosa carrera literaria que ha compaginado con la de director de cine.. La novela fue publicada en 1976 y ganó el prestigioso premio Akuragawa

     El autor propone un escenario donde los personajes, jóvenes desarraigados, llenan su tiempo de sexo, drogas y violencia. No hay un argumento definido. La narración es un tramo de sus vidas; sin inicio ni final concretos.
     Uno de los adolescentes que bordean el abismo, narra en primera persona, con total alejamiento emocional, cuanto sucede en la novela: las orgías que organiza para los soldados de la cercana base americana, las alucinaciones de sus cuelgues, la violencia gratuita, las extrañas relaciones interpersonales y sus incoherentes diálogos,….todo empañado de sudor, vómito, sangre y suciedad.
     Si el autor pretende crear en el lector la confusión y desorientación que sufren los personajes del relato, lo consigue. Uno termina perdiendo el hilo de la trama llegando a no saber de quién es el culo que sangra, quién es el que se ha perforado la vena con la jeringuilla o quién es el que vomita desnudo en la moqueta mientras algún otro pincha un disco de The Doors.
     El libro está bien escrito, aparte de la asepsia descriptiva me han gustado los diálogos, dosificados y ralentizados conforme a las situaciones que viven los personajes, es decir, conforme a la heroína va haciéndoles efecto.
     Leerlo se acerca a ver un Gran Hermano en plan “gore”: no llegas a entender muy bien el comportamiento de los personajes pero, ahí están, haciendo de su capa un sayo. Incluso podría presentarlo Mercedes Milá vestida de gótica.

martes, 23 de febrero de 2010

Ébano (Ryszard Kapúscinsky)

Ryszard Kapúscinsky, nacido en Polonia en 1932, escritor y periodista, trabajó como corresponsal extranjero de la agencia polaca PAP. De sus viajes por el mundo y los acontecimientos que presenció queda buena cuenta en su obra. Recibió el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003 por «su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje». Murió en Varsovia en 2007

     Kapuscinsky, testigo de excepción del proceso de descolonización iniciado en África tras la segunda guerra mundial, cuenta en estas crónicas su particular visión de África. Una realidad muy alejada de la occidental y que no resulta fácilmente entendible por la egocéntrica mentalidad europea. Su privilegiada atalaya de corresponsal extranjero y su afán por conocer de cerca el mundo, o los mundos, de África, adentrándose en las entrañas del continente, lejos de la protección de las europeizadas ciudades costeras, confieren credibilidad y autoridad a sus palabras. Sus escritos destilan la objetividad del viajero que no se limita a ser testigo de cuanto ve, siente y percibe, sino que se esfuerza en ilustrarnos el origen de cada situación y sus consecuencias: las más de las veces la infinita codicia del algún tirano y la miseria y muerte de la población.
     El autor describe con detalle la frustración en que termina el que fuera ilusionante proceso de independencia de los diferentes nuevos estados africanos. Un desengaño que propicia el interesado mantenimiento del modelo administrativo colonial, fuente de la endémica corrupción que aún hoy asola el continente.
     Inquieta la sobrecogedora imagen del caos y el hambre apoderándose de gran parte del continente; las sequías de finales de los 60 convierten las ciudades en recipientes de una población que busca sobrevivir y que deambula por sus calles sin nada que hacer y que Kapuscinsky describe magistralmente: “En Uganda las llaman bayaye. Las veréis enseguida, pues son las que forman esas muchedumbres en la calle tan diferentes de las europeas. En Europa, la gente que se ve en la calle, por lo general, camina hacia un destino determinado. La aglomeración tiene una dirección y un ritmo, ritmo a menudo caracterizado por la prisa. En una ciudad africana, sólo parte de la gente se comporta de manera similar. El resto no va a ningún lado: no tiene adónde ni para qué. Deambula, permanece sentada a la sombra, mira a su alrededor, dormita... No tiene nada que hacer. Nadie la espera. Por regla general pasa hambre. El más mínimo acontecimiento callejero -una riña, una pelea, un ladrón atrapado— inmediatamente reúne una multitud de esa gente. Y es porque está por todas partes; los mirones del mundo: sin hacer nada, esperando a Dios sabe qué y viviendo de no se sabe qué.(......) Se vive de alguna manera, se duerme de alguna manera, a veces hasta se come de alguna manera. Este carácter ilusorio y efímero de su existencia hace que un bayaye siempre se sienta amenazado, que nunca lo abandone el miedo. Ese miedo que se ve aumentado por el hecho de que a menudo es un inmigrante no querido, un llegado de otra cultura, lengua y religión. Un competidor extraño y superfluo por un cuenco que ya de por sí está vacío, por un trabajo que siempre falta.”

     Desfilan por las páginas del libro salvajes gobernantes, analfabetos, obtusos y asesinos, encumbrados por las potencias europeas. Señores de la guerra (warlords) que desestabilizan gobiernos, saquean a la población, roban la ayuda humanitaria y controlan sus territorios con ejércitos de niños. Odios tribales que enfrentan castas de una misma tribu provocando matanzas que aún hoy suenan en el eco de nuestra memoria: Ruanda, algo que vimos u oímos en algún telediario; la matanza entre tutsis y hutus. La enquistada esclavitud del negro sobre el negro que convierte Liberia en un miserable país donde el gobernante de turno se limita a emborracharse y jugar con sus ministros a las cartas hasta que otro militar, ávido de poder, de dinero, llegue y lo descuartice en su cama. El triste panorama de recursos minerales que, como ocurre en Sierra Leona, son monopolizados por mafias alimentadas y enriquecidas por los compradores europeos de diamantes.
     Luego de esta maraña de odio, muerte y avaricia, sobrecoge aún mas la descripción que el autor hace de lo que encontró en Debre Zeit, en Etiopía: “Lo que más impresiona y deja atónito a cualquiera son las monstruosas cantidades de ese armamento, su increíble amontonamiento, las pilas de cientos de miles de ametralladoras, obuses, piezas de artillería de montaña y helicópteros de combate. Todo esto, regalo de Brézhnev a Mengistu, fue llegando a Etiopía durante años desde la Unión Soviética. Sólo que en Etiopía no había gente capaz de utilizar ni tan siquiera el diez por ciento de tales armas. Con semejente número de tanques se podría conquistar África entera, con el fuego de todos estos cañones y katiuskas ¡se podría reducir el continente a cenizas!”
     Todo este batiburrillo, bien cocinado, no deja de aportarle a uno ese punto de mala leche que genera la visión del cúmulo de lindezas que el hombre se depara a si mismo.(Creo que por salud mental retrasaré la lectura de la trilogía de Primo Levi.)
     Pero África sigue ahí, mágica, inmensa, con sus miles de tribus y su peculiar concepción de la vida, en la que los antepasados y los espíritus tienen un papel esencial. Describe Kapuscinsky la vida del africano del interior como un cotidiano equilibrio de funámbulo. A un paso de la muerte: basta un año de sequía o que un rayo les arrebate la sombra con que la solitaria acacia los protege del sol de mediodía. Este difícil equilibrio, donde cada nuevo día es una victoria, merece una reflexión profunda para siquiera acercarse a entender algo que contrasta radicalmente con nuestra opulenta realidad europea de la abundancia.
     Me quedo con la imagen de ese continente mágico, por descubrir, donde el sol también es vida, el África de la jungla tropical, del desierto infinito, de las manadas de búfalos, de las montañas verdes, de la hospitalidad de sus gentes, del elefante que señorea en sus sabanas. El África que también nos muestra Kapuschinsky:
(…)Era un misterio que empezó a corroer a los portugueses. ¿Cómo morían los elefantes? ¿Dónde yacían sus restos? ¿Dónde estaban sus cementerios? Se trataba, nada menos, que de colmillos de elefante, del marfil, de las enormes cantidades de dinero que por él se pagaba.

El cómo morían los elefantes era un secreto que los africanos habían guardado frente a los blancos durante mucho tiempo. El elefante es un animal sagrado y también lo es su muerte. Y todo lo sagrado está protegido por el más impenetrable de los misterios. La admiración más grande siempre la había despertado el hecho de que el elefante no tenía enemigos en el mundo animal. Nadie era capaz de vencerlo. Sólo podía morir (tiempo ha) de muerte natural. Esta solía producirse al ponerse el sol, cuando los elefantes acudían a sus abrevaderos. Se detenían en la orilla de un lago o de un río, alargaban las trompas, las sumergían en el agua y bebían. Pero llegaba el momento en que un elefante viejo y cansado ya no podía levantar la trompa y para saciar la sed tenía que adentrarse en el lago cada vez más. Y también cada vez más, sus patas se hundían en el légamo. El lago lo succionaba, lo atraía a sus insondables profundidades. Él, durante un tiempo, se defendía agitándose, intentando liberar las patas de la tenaza del légamo para poder regresar a la orilla, pero su propia masa resultaba demasiado grande y la fuerza del fondo era tan paralizante que el animal, finalmente, perdía el equilibrio, se caía y desaparecía bajo las aguas para siempre."

lunes, 15 de febrero de 2010

La Carretera (Cormac McCarthy)

En la estación hay mucha gente, pienso que son figurantes; tanta actividad contrasta con la apagada ciudad que minutos antes atravesé en taxi. Con sueño y el frío de la nueva mañana en el cuerpo me acomodo en el AVE . Hoy con más ánimo del que puede esperarse de estos madrugones. Al poco de iniciar la marcha supero la tentación de echar una cabezada y abro mi nueva lectura por la primera página: The Road (La carretera), de Cormac McCarthy. “Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior…..”
Algo más de dos horas después y apenas unas decenas de páginas leídas, me pesa el ánimo. Mis pasos por el ajetreado andén de Atocha van más lentos de lo habitual, frenados por un pensamiento ausente de lo inmediato, inmerso en las imágenes y sensaciones transmitidas por el relato, en la “negrura de ataúd” que rubrica los grises días de miedo, frío, hambre y desesperanza. No sabía que el negro pudiera ser tan negro
.
No es mal acercamiento a un libro y a un autor. Una invitación convincente para adentrarse en su obra.

Únicamente aparece un personaje con nombre en la novela, que resulta ser falso. No hay referencias, ni temporales ni personales. Tampoco se refiere el origen de la devastación que asola la tierra (aunque todo lector fácilmente lo supone) y que tiñe de un omnipresente gris el paisaje, el futuro y un difícil presente donde el recuerdo se transforma en puro dolor. La única referencia válida es la maldad. Frente a ella, la obstinada lucha de un hombre por salvar a su hijo; un niño que no sólo representa su tesoro personal sino que alberga “el fuego” que redimirá al hombre, que le hará renacer de sus cenizas: la bondad del amor. Del fuego destructor al fuego salvador.
La Carretera es una historia labrada desde fuera hacia dentro con la habilidad de un maestro artesano. Cormac McCarthy no escribe, cincela escenas en nuestro entendimiento golpeando el buril con su estilo magistral. Golpes secos, telegráficos.
No es fácil hacer que el lector se descubra a sí mismo buscando una luz, una esperanza, una señal positiva a cada vuelta de página sin poder apartar el temor a encontrar lo contrario.
McCarthy, norteamericano, nacido en 1933, es uno de esos escritores esquivos que no conceden entrevistas; actitud que, curiosamente, suele acompañar a la genialidad. .Esta es su décima y última novela publicada y ha gozado de un amplio reconocimiento. Es además premio Pulitzer.

martes, 9 de febrero de 2010

Cabeza de Perro (Morten Ramsland)



A veces viene bien un libro fresco, una historia contada con desenfado y agilidad. Es el caso de Cabeza de Perro. Un nieto de Askild Erikson, el eje de la saga, nos cuenta la historia de su familia, que bien podría tener el apellido Simpson. Entre continuas idas y venidas en el tiempo, lo que se llama analepsis (palabro de aúpa), el autor nos va alumbrando a retazos las historias de cada personaje, hermanos, abuelos, primos, tíos y sobrinos que componen la peculiar familia. Todos tienen un rasgo común que los asocia a alguno de sus congéneres; y no se trata precisamente de cualidades sino de puntos en los que conectar los extraños comportamientos entre generaciones. El humor, con un toque entre negro y absurdo, adereza gran parte del texto y, junto a la facilidad expresiva del autor, manteniendo alta la vitalidad de la historia, hacen que la lectura sea fácil y agradable.
Pasan cosas, se cuentan historias graciosas, tristes y absurdas y al terminar la última página, una buena sensación se queda con nosotros un rato. El tiempo justo de buscar otro libro.
Morten Ramsland es un joven escritor danés que dio la campanada con este libro en 2005; es decir, recibió varios premios y vendió mucho. No tengo noticias de que haya publicado nada más desde entonces.

viernes, 5 de febrero de 2010

El viajero del siglo (Andrés Neuman)

Esta es la cuarta novela del argentino y español Andrés Neuman. Afincado en Granada desde los catorce años, donde estudió filología hispánica, ha desarrollado una nutrida actividad literaria que, además de la novela, incluye la poesía, el ensayo y colecciones de cuentos. Pese a que no anda mál de galardones literarios, no se prodiga en los mediáticos corrales del marketing. Cuestión que es de agradecer ya que su actitud legitima los devaluados premios literarios tanto como el inmenso respeto a la literatura que mana de su prosa.
Yendo de paso, el viajero Hans llega a Wandesburgo, una pequeña ciudad que ejerce en él una incomprensible atracción que le hace retrasar su partida. Descubriendo entre paseos la ciudad, con sus misteriosas calles que parecen mover su ubicación cada día, Hans traba amistad con un Organillero, personaje que será principal en la novela. Pero, quien hace que su estancia provisional en Wandesburgo se convierta en indefinida es Sophía Gottlieb.
En principio parece un argumento común del que no pudiera esperarse una lectura compulsiva que tantas veces se echa de menos. Sin embargo Neuman sorprende al proponernos unos personajes, Sophia y Hans, que pese a encontrarse en la Europa Postnapoleónica en pleno siglo XIX, piensan y sienten de un modo más cercano a nuestros días desligándose de la rígida mentalidad imperante.
Confieso que al consultar la solapa del libro y descubrir la insultante juventud del autor, rebajé mis expectativas. Me equivoqué. Es una novela escrita despacio que merece leerse despacio.
Sin desfallecer a mediados de la novela, como en tantos otros escritores jóvenes, y no tan jóvenes, un estilo cuidado y sugerente se mantiene a lo largo de todo el texto, Circunstancia que se entiende después de leer la última línea “Granada Junio de 2003 - Noviembre de 2008”. El placer del lector está garantizado. Abundan párrafos que parecen compuestos de versos sueltos, invitando a una lectura pausada de cada frase para disfurtar de la aparente facilidad con la que sugieren vívidas escenas a nuestra imaginación.
Un libro en el que la literatura es la protagonista.

sábado, 16 de enero de 2010

El vendedor de pasados (José Eduardo Agualusa)

"He nacido en esta casa y me he criado en ella. Nunca he salido" Así comienza la novela, creando una imagen del narrador que se percibe desde la licencia litearia y que, unas páginas más adelante, se desvela como el personaje sobre el que pivota el tema del libro: la verdad
Un estilo melancólico y sugestivo impregna la escritura del autor, Eduardo Agualusa, nacido en Angola de familia portuguesa y brasileña. Con esta novela adquiere en 2007 un cierto reconocimiento internacional al recibir el Independent Foreing Fiction Prize, otorgado por el Consejo de las Artes del Reino Unido.
Felix Ventura se dedica a inventar pasados para quienes necesitan comprarlos. Un original argumento que podría haberse utilizado para una gruesa novela de intriga y que el autor aprovecha para crear una fábula que, a modo de sueño, no está exenta de verdad: "Hay verdad, aunque no haya verosimilitud, en todo lo que uno sueña"
Es un libro cuya lectura no te deja indiferente. Si se acepta la premisa que propone el autor de abrir nuestra imaginación y espolear un poco la fantasía, la historia transmite mucho más que lo anecdótico; despierta afectos, transmite emociones y aviva la reflexión. Cumple mucho de lo que puede esperarse de un buen libro sin que por ello sea un prodigio narrativo ni un libro redondo.
Felix Ventura:
"Creo que lo que hago es una forma avanzada de literatura. Yo también creo argumentos, invento personajes, pero en vez de dejarlos encerrados dentro de un libro les doy vida, los lanzo a la realidad."


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jueves, 14 de enero de 2010

Leonardo. El primer científico (Michael White)

Michael White, ahora autor de éxito como escritor de ficción, ha escrito también biografías de personajes de corte científico como Newton, Eistein o Stephen Hawkings. Su formación en ciencias propicia el enfoque que adelanta en el subtítulo del libro: "Leonardo. El primer científico".
Con independencia de que Leonardo pueda o no considerarse como un científico, como lector me quedo con la visión detallada que en el libro se presenta de un hombre didecado en cuerpo y alma al saber. La imagen de Leonardo se moldea desde la inquebrantable inquietud de una mente que precisa entender lo que percibe. Los comentarios extraídos de sus cuadernos y la descripción del entorno histórico y personal de cata etapa de su vida logran acercarnos al hombre que se encuentra detrás del mito. Un hombre que revolucionó el saber asociándolo a la utilidad tres siglos antes de la Revolución Industrial.


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