jueves, 27 de agosto de 2009

Bola de sebo y otros relatos


Todos los cuentos del autor en: http://www.iesxunqueira1.com/maupassant/Todorelatos.HTM

lunes, 17 de agosto de 2009

Los hombres que no amaban a las mujeres (Stieg Laarson)

Es difícil sustraerse de conocer de cerca el fenómeno Millenium. Stieg Laarson seguro que andaría sorprendido, gratamente supongo, del increíble éxito de sus trilogía. Nadie puede saber a ciencia cierta qué se esconde detrás de semejante fenómeno que, al modo de canciones de moda que suenan a todas horas y bares que están abarrotados y a los que todo el mundo quiere ir, este libro (o libros) ha conseguido alcanzar ese magnetismo que tanto ansían los que crean y los que producen.
El libro cumple y funciona para lo que está escrito. Intriga, engancha y entretiene. Con un estilo claro, diáfano y casi cinematográfico Laarson despliega una trama cercana a la realidad actual y que contiene todos los ingredientes de la novela negra, mantenidos y dosificados con inteligencia a lo largo de un relato que no llega nunca a decaer. Si bien, a mi entender, la trama adolece de algún punto flaco, se disculpa por una necesidad de sustentar un argumento original y explicable que, de otro modo, carecería de la fuerza suficiente para atraer al lector hasta la última página, al menos con las ganas que yo lo hice.
Hammet y Chandler cambiaron mi concepto de la literatura policíaca o novela negra. No es que Stieg Laarson se acerque a la maestría que exhibe Chandler en los perfiles psicológicos de sus personajes en Adiós Muñeca, o sea capaz de crear los tipos oscuros y temerarios de Hammet en El Halcón Maltés, pero sí consigue elaborar una novela que no decepciona a quien busca en ella el entretenimiento y pasar un buen rato mientras lee. Se añade a ello el ser un fenómeno social, presente en las conversaciones en las que todos, con más o menos ganas, queremos participar. Así pues, tratándose de leer no puede uno dejar de acercarse a un libro que ha demostrado ser capaz de atraer la atención de lectores de todo tipo y que, sin duda, contribuye al acercamiento a la lectura como placer.

Safe Creative #1001155324408

2666 (Roberto Bolaño)

De Bolaño hay que saber antes de leer este libro. Al menos eso es lo que pensé cuando me dispuse a enterrarme entre las páginas de este inmenso libro, y no sólo en extensión. En la web hay mil reseñas que hablan de Bolaño y que dan una idea de, al menos, la imagen que transmitía. Chileno, murió en 2003 a los 50 años. Empezó con la poseía y terminó siendo novelista. Tal como dice en algúna página de 2666, no hay poesía que no pueda expresarse en una buena novela. Pasó su adolescencia en Méjico y esto se nota en la novela. Conoce el país del que habla. 2666 es su última novela. No consiguió terminarla lo que la deja abierta para desgracia de aquellos que gustan de los cabos atados. Aún así era obligada su publicación póstuma y como lector lo agradezco aún lamentando el que una obra tan ambiciosa no haya sido acabada. No deja de ser curioso que quede tan abierta como sus historias.

Intentando no fastidiar a quien quiera leer la novela hago una reseña que, después de leer más de 1000 páginas, no puede ser breve. La obra se divide en cinco partes, que, dicho sea de paso, el autor especificó que se publicaran por separado. No se hizo así, tan sólo en Estados Unidos ha aparecido un estuche con un volumen doble para facilitar el manejo.

La primera parte, “la parte de los críticos” es más bien cercana, asequible a cualquier hombre de ciudad. No desborda en exceso nuestro marco de referencia ya que se sitúa en entornos conocidos por lectores que, como yo, somos urbanitas y algo avezados en las conexiones que hoy son posibles en Europa. Si bien, el mundo de los catedráticos puede parecernos exclusivo, y ellos así mismo lo reclaman, es entendible desde el conocimiento de la sociedad occidental, y concretamente europea, que permite la creación de semejantes portentos universitarios. La cultura, el conocimiento centrado prácticamente en usos literarios es quizá la única habilidad que se describe de estos individuos. Como conocedores de la vida son algo más deficientes e incluso pueden llegar a ser patéticos en la manera que manejan sus emociones; intentando someterlas a criterios casi académicos cuando realmente reclaman por sí mismas un mayor protagonismo en su comunicación, en sus actos, en sus reflexiones y, sobre todo, en sus vidas. Si acaso se acercan al mundo real es empujados por la implacable atracción sexual que impele al hombre a moverse en coordenadas que nunca llega a conocer y mucho menos controlar. A partir de aquí son como marionetas que se mueven con torpeza al antojo de la verdadera y oculta realidad humana: las emociones y sus reflejos en el comportamiento. Los personajes parecen bien caracterizados. Dispersos en la Europa antigua, la de siempre, España, Francia, Inglaterra e Italia. De cada personaje Bolaño atisba un apunte de cada nación. Los utiliza a su antojo para definir entornos en la Europa que parece querer ser siempre la misma y que tiene sus diferencias. De Pelletier, se ríe con su forma vaga de dejarse llevar por una vida que le supera y que pretende achicar para domeñarla. De Espinoza hace la caricatura del temperamental ibérico, con fineza, que se deja llevar algo más allá en la expresión de sus emociones y en la falta de habilidad para controlarlas. Y en Morini está el dolor; presente en cada esquina del texto. El dolor de la soledad, del la falta de salud, de la melancolía, de la distancia, de la nausea…… Como catalizador de todas estas diferentes emociones aparece la figura de Liz Norton, que lejos de la ortodoxia, disciplina y férrea voluntad de los personajes masculinos se presenta como la inteligencia simple y plena. Sin ataduras, sin convencionalismos y con la falsa libertad que da la ausencia y desprecio del conocimiento propio, siendo esta ignorancia la que más dolor le propina cuando se convierte en rehén de sus emociones. Por fortuna su independencia le permite echar mano de la huida, la ruptura, la soledad y el silencio. Lejos de la mesura mental de cada uno de los catedráticos, Liz es un juguete explosivo que desequilibra a cada uno de los críticos. Este reflejo de inestabilidad es el perfecto escenario donde desfilan las características de cada uno, cómo afrontan el dolor y la frustración, la emoción y la alegría y, lo más curiosos, cómo son capaces de mover el centro de sus vidas a unas coordenadas antes desconocidas. Llegan incluso a relegar su misión Archinboldiana (les une el ser estudiosos apasionados de la obra de Benno Von Archimboldi, escritor misterioso al que intentan localizar) en aras de centrarse en sus sentimientos y deseos amorosos.
En los múltiples vericuetos que surgen de la vía principal del relato Bolaño trata muchos temas, íntimamente ligados entre sí. Destacar la supuesta sublimación del artista automutilado, que acaba desvirtuada por lo mundano de sus motivos y que invita a pensar que la elección del amante final, obviando lo inmediato, que realiza Liz es la sublimación del sentimiento.
Terminan en Santa Teresa, en Méjico, en busca de Archimboldi. Allí aparece la farragosa figura de Amalfitano, que da lugar a la siguiente parte.

La parte de Amalfitano
En el final de la parte anterior, con tres de los críticos envueltos en el mundo casi irreal y agobiante de santa Teresa, comienza un cambio en las descripciones y perfiles que abarca a los personajes, el entorno, y el concepto mismo de la vida. La vorágine del ajetreo intelectual desaparece para medirse el tiempo en otra dimensión. Las luces y sombras son ahora descritas con la parsimonia y dedicación de un dibujante que ralentiza sus movimientos adrede. La atmósfera que envuelve la historia va tornándose más inquieta y difícil de asimilar por el urbanita que controlaba las percepciones en la parte anterior. Aquí uno está más perdido y a expensas de que el autor nos guíe, no hay imágenes preconcebidas, estamos en manos de las descripciones de cada esquina, de cada fachada, de cada personaje, de cada conversación o mirada. El calor traspasa las páginas del libro, la comida pica al pensarla, la desconfianza y la inseguridad inquietan en cada paseo por la ciudad sin que siquiera la mencione el autor. Es un mundo que invita a que todo puede ocurrir y que nada es lo que aparenta. El vacío parece dominarlo todo y una apariencia de realidad se cierne como un decorado en forma de ciudad, hotel, universidad, cantina, coche, puesto, ……los figurantes no son visibles más que en la sombra y no se sabe de dónde vienen y a donde van. La lentitud de las horas se suma a la monotonía de los días, dónde la reflexión parece ser el único espacio que deja el desierto a la actividad humana. La suciedad es un paisaje que termina devorando las alternativas de la imaginación y lo terroso empalaga y seca la boca. Desorden, destartalamiento, deslavazadas conversaciones, calles y personajes forman la parte de Amalfitano y la final de la de los críticos.
En este ambiente etéreo, etílico y sofocante, las vacilaciones mentales de Amalfitano son casi un derivado lógico de los acontecimientos. A creerlo así contribuye la historia personal de Amalfitano, de su alocada mujer que se abandona a sus fantasías luego de hacer lo propio con su hogar. Panero aparece como personaje asilado en un sanatorio y a partir de ahí, con la misma textura de sus poemas, se dibujan escenas y acontecimientos que tienen al dolor como fondo.
El dolor, tema omnipresente el cada uno de los personajes. Ninguno se libra de sus pisotones.
Me gusta el modo en que Bolaño nos va presentando el proceso de aparición de la esquizofrenia en Amalfitano. Desde el simple ensimismamiento propio de un hombre que no termina de saber porqué está dónde está hasta el delirio de las alucinaciones auditivas, pasando por una incipiente misantropía y manía persecutoria. Pareciera que es el fin de todo habitante de ese paisaje que osa preguntarse el sentido de sus vidas, siendo irónicamente un lugar que invita a hacerse la pregunta desde una respuesta árida, sucia y terrosa.

La parte de Fate.
Si ya están definidos los ingredientes de un entorno hostil a la inteligencia, al orden mental y a la propia respiración del individuo ahora Bolaño suma y sigue. Fate es negro, periodista de una mediocre publicación para negros que parece girar sobre si misma. Su madre acaba de morir y su nula o fría reacción pareciera agazapada para tratar de sorprenderle en cuanto dedique algo de tiempo a pensarla. Todo parece ajeno al personaje. Sensación que se acentúa con el surrealista encuentro de trabajo que tiene con un antiguo personaje de la comunidad negra. Desde aquí, dislocados los soportes de una realidad normal, Fate es enviado para realizar una crónica a un lugar que le es ajeno y sobre un tema que no conoce. La desubicación psicológica y geográfica del personaje no hace más que arrojar tinte oscuro al ya ennegrecido paisaje de Santa Teresa. Como arrastrado por una lenta corriente de magma, Fate se abrasa en un desértico rincón que parece olvidado de la cordura y donde la vida se abre paso como yerba entre zarzales secos.

La parte de los crímenes.
Como una interminable letanía, la descripción de las muertes y las víctimas van hilvanando el relato de una barbarie. La sangre de cuerpos torturados se oscurece conforme se extiende por los caminos de tierra caliente y seca y todas las palabras pisan charcos de sangre y van hollando el relato con rodadas de vidas tristes repletas de miseria, de una miseria que no es tal para quien la vive sino la vida misma. Las historias van serpenteando por laberintos dentro de otros laberintos, muriendo unas en calles sin salida y perdiéndosele la pista a otras. No hay personaje que no se sienta atrapado, todos abominan de cuanto les rodea y se esconden de esa sensación vistiendo sus vidas con camisas sudadas y trajes con lamparones. Desampara y repele la sociedad que se exhibe, impúdicamente machista y lacerada por una corrupción que compacta la desidia de las autoridades, permeables sólo al arribismo, el cohecho y la inoperancia más absoluta. De fondo, un espejismo de progreso que se hunde en la realidad fangosa del mercantilismo salvaje, turnos de trabajo interminables, sueldos míseros e hileras de chamizos con techos de hojalata.
No hay lugar para la esperanza. Es la descripción de una agonía que se repite de forma indefinida y que se alimenta de su propio dolor para perpetuarse. Un inmenso vertedero humano donde se pudre lo peor del hombre ante la náusea del lector. Bolaño no necesita siquiera escribir o describir ni una sola escena de llanto, gritos y desesperación de los familiares de las víctimas para transmitir el dolor y el miedo que anega la ciudad. Esos sentimientos surgen como gritos ahogados en la mente de sus lectores.

La parte de Archimboldi.
Es esta la parte que más me gusta. La historia se hace más lineal y el estilo más fresco. Además de por escapar de Santa Teresa se siente alivio por no tener que torcer el pensamiento para intentar comprender lo incomprensible. Aparecen el már, los árboles, el bosque, los riscos. Aquí la historia se hace más ancha, se abren las ventanas y corre el aire. Hans Reiter es un personaje entero, de cabo a rabo. Su historia se entiende y se hace propia. No hay lugar para rebuscadas interpretaciones. Si bien Hans es un personaje complicado se hace simple al contraste con el resto que pululan por la novela. Por supuesto, Bolaño no deja de zigzaguear pero en esta ocasión las curvas se suaviza y las historias tienen una conexión directa, para enriquecer al personaje y no sólo el ambiente, que también.
Es en esta parte, donde he encontrado a un Bolaño más desmelenado. Hay pasajes que son verdaderas maravillas en los que las opiniones sobre los escritores y la visión de la literatura son de un desparpajo y frescura fascinantes. Pasajes donde la simpleza y claridad de sus palabras contrastan con la dificultad de expresar la idea que plasma a la perfección. Es aquí donde Bolaño me ha cautivado, dónde me he liberado de la desconfianza que me incitaba tanta prosa onírica y surrealista. Bolaño escribió sin miedo, sin miedo a ser malo.

Safe Creative #1001155324408

domingo, 2 de agosto de 2009

Bartleby, el escribiente (Herman Melville)

Melville escribió este relato en 1853, dos años después que su obra maestra Moby Dick. Este es mi primer acercamiento a la obra de este autor y un estímulo para continuar conociéndola. La historia de Bartleby desconcierta y crea una desazón en el lector que sólo puede diluirse con el entendimiento: dedicando tiempo a construir interpretaciones que nos serenen con su lógica.
No es nada fácil encontrar un asidero por el que empezar a ascender en busca de una explicación del extraño comportamiento del escribiemte, que declina todas las peticiones y órdenes de su jefe siempre con la misma frase: "Preferiría no hacerlo"
No sin contradicciones, pensé que hay un Barleby en cada uno de nosotros, el mismo que enterramos en las acciones que hacemos sin preferirlas. Que podría enfocar la historia sustentándola en el concepto de resistencia pasiva, para la época una nueva forma de defensa y ataque que desafía los métodos tradicionales de represión. Y que podría también hablarse de Baterbly y su actitud como elemento expiatorio que ponen a prueba las conciencias de una sociedad marcada por el dinero y la utilidad. Y de la elección. Y de las ganas de vivir, de la concepción de la vida como sueño o realidad. De nuestra actitud indolente ante todas aquellas posibilidades que tenemos a nuestro alcance, que usando de ellas nos harían grandes, sabios, honestos y por tanto mejores y que con la misma terca e implacable negligencia de Baterbly preferirimos no hacer. Me quedo con esta última interpretación, como el que se para ante un cuadro de Tapies, Miró, Kandisky o Duchamp y piensa e interpreta lo que le da la gana y que encaja con el motivo según su entendimiento.

Safe Creative #1001155324408

domingo, 12 de julio de 2009

Indignación (Philip Roth)

Hoy terminé en el tren la lectura de este libro. Viajo con frecuencia a Madrid y el AVE se ha convertido en uno de mis lugares de lectura. Cuando subo al tren antes de tomar asiento practico el ya cotidiano ritual; despliego la mesita de mi asiento, coloco el libro, el teléfono, la libreta del trabajo, la libreta de apuntes y un pequeño e ingenioso teclado plegable por si tengo que enviar algún correo. Me siento y espero a que salga el tren. Mientras, observo cómo se acomodan los demás pasajeros y juego a intentar averiguar por su aspecto si me van a dar o no el viaje. Casi nunca acierto, a veces incluso el que aparenta ser más discreto termina dando voces por el móvil a pocos centímetros de mi oreja.
Si algo me indica con más certeza si puedo disfrutar de una lectura tranquila, es cuando veo a alguna familia con niños pequeños accediendo al vagón; ante esta imagen sólo me falta cruzar los dedos para escenificar el deseo de que sus asientos estén lo más apartado posible del mío. Es difícil mantener callado a un niño y más en un vagón de tren. Lo entiendo pero me irrita, siempre acaban por poner a prueba la potencia de sus pulmones y la paciencia de todo el pasaje. Hoy no tuve suerte, una familia china se acomodó justo delante de mí, en unos asientos dispuestos de frente, dos a dos, con una mesa en medio. La ubicación ideal para que no se callasen en todo el camino. Quizá debí cruzar los dedos.
El tren salía ya y el asiento contiguo al mío no había sido ocupado, preferí entonces consolarme pensando que al menos tendría más amplitud e intimidad.
Durante el viaje comprobé que los chinos pueden ser tan ruidosos en los trenes como los españoles en los restaurantes. No obstante, conseguí concentrarme lo suficiente. Ayudó el no saber chino para leer sin que los ojos volvieran una y otra vez a la misma línea.
Acabado el libro, me sentí desconcertado. Si bien, tras las primeras páginas conseguí entrever con cierta claridad un mensaje y una idea central, conforme avanzaba en la lectura las vueltas de la historia me iban confundiendo cada vez más.
Pensaba ensimismado sobre qué pretendía transmitir Roth con esta historia, qué se escondía detrás de ella, cuando una cabeza infantil de inconfundible origen chino, asomó por el respaldo del asiento delantero; un niño, de unos tres años, me miraba y sonreía; devolví la sonrisa y le dediqué algunas muecas, que es el recurso habitual cuando no tienes ni idea de qué hacer ante la insolente mirada de un niño. Apenas estaba haciendo el imbécil cuando el niño inclinó la cabeza para mirar las cosas que había sobre mi mesilla y, sin aviso previo, soltó un salivajo de un tamaño que hacía entender que existía premeditación, que lo había estado alimentando y mascando en mis propias narices. "Me cago en tu puta madre, niño" fue el susurro más bonito que pude elegir de entre todos los que cruzaron mi mente. El jugoso regalo hizo impacto de lleno sobre mi preciado teclado plegable, por fortuna plegado, sin producir ningún otro “daño colateral”. La sonrisa del pequeño monstruo se hizo más amplia, aquello parecía divertirle. En previsión de que quisiera seguir pasándolo en grande me apresuré a retirar los posibles blancos de la mesilla: libro, libreta de apuntes, libreta del trabajo, teléfono y teclado, este último con dos deditos y con mucho cuidado. Terminando de colocarlo todo en el asiento de al lado se produjo otra descarga, mayor que la anterior, y que cubrió buena parte del sitio que antes ocupaban mis cosas. Me levanté del asiento temiendo ya un ataque frontal, miré alrededor y nadie en todo el vagón parecía haberse percatado de nada, así que sin temer la ignominia recogí mi maleta, guardé lo que estaba intacto y, ante la sonrisa y la mirada acuchillada de mi atacante me dirigí con todo al baño del tren dónde limpié, con asco y dificultad, mi preciado teclado plegable.
El resto del trayecto lo pasé en el espacio entre vagones, mirando al niño fijamente a través de la puerta de cristal de la paltaforma e invocando a Herodes. No lo podía creer. Seguía mirándome sonriente desde su posición. Un mocoso chino de apenas tres años me había echado de mi asiento, había maltratado mis pertenencias y además parecía disfrutar de su victoria. Debería sentirme indignado, debería dirigirme a los padres y comentarles lo ocurrido e incluso hacer que se hicieran cargo de limpiarlo todo. “¿Para qué?”, me pregunté, “¿Afecta esto a mi integridad?”. En esto estaban mis pensamientos, revolviendo palabras, cuando tuve una visión clara de lo que ya intuía como mensaje del libro: "Pues eso, integridad e indignación".
Los personajes principales de la novela se caracterizan por su integridad. Marcus y Olivia pueden ser o no moralmente aceptados por el entorno o aceptables por el lector pero son de una indudable coherencia.
Una persona que aspira a ser íntegra no puede permanecer impasible cuando se le niega actuar conforme a sus principios, conforme a aquello que ha aprendido como norma de vida y en lo que cree con la razón y el alma. Lo natural es la rebeldía, la indignación y ser enérgico en el rechazo a comulgar con imposiciones. Creo que Roth lanza un aviso y pretende mostrar lo contradictorio e implacable de un sistema que, diseñando para la concordia, la convivencia, la tolerancia y la libertad, que propugna la felicidad como fin, obliga al individuo a renunciar a su integridad, a su independencia. A hacerle obrar conforme a criterios impuestos desde unas posiciones que no permiten ser discutidas.
Una nación que así se comporta, que no admite que el individuo la enriquezca desde sus propias aportaciones, en libertad, respeto e independencia, se comporta como una nación indigna (Indig-nation). Y son los hombres que conforman la clase dominante los que desde su soberbia corrompen el espíritu de una nación que es mucho más de lo que este sectarismo hace de ella.

Nota: No sé que fue del niño chino, supongo que andará ensalivando a todo el que se cruce en su camino, pero desde aquí le agradezco la escena que se inventó para mí. Como la tristeza frente a la felicidad, la mala educación es más fértil para el contador de historias que la buena. Un niño ejemplar y modoso no me habría ayudado.


Safe Creative #1001155324408

viernes, 3 de julio de 2009

La comedia humana (William Saroyan)

Es necesario conocer algunos aspectos de la biografía de Saroyan para comprender la trascendencia personal de esta novela. Hay mucho del autor en ella. Saroyan es hijo de un ministro presbiteriano de origen armenio. Se queda huérfano con cuatro años y durante seis es internado en un orfanato. No hace falta conocer mucho más para entender que son rasgos que marcan. Trazos indelebles en el alma que generan sentimientos y emociones tan profundas que deben notarse hasta en el andar.
Una vida entera pasa entre las páginas; una vida vivida por personajes diferentes en edades distintas.
Desde el inicio a la vida, a la maravillosa vida consciente, del pequeño Ulyses hasta el final de los días del desamparado Grogan, el autor va dibujando milimétricamente la evolución del hombre en sociedad y cómo el entorno moldea irremediablemente al individuo. El hombre, no obstante, no está determinado. El conocimiento y comprensión de la realidad desde una vertiente moral permite abrir la puerta a la esperanza: la elección personal.
No se puede evitar el tema de la muerte en un manual de vida. Está presente en todo el relato de una forma persistente. Es el gran enigma. La gran paradoja. El rasero universal que rompe los esquemas, que lo roba todo de un solo golpe.
La resignación, la aceptación, la serenidad de reconocer la continuidad de la vida del que se queda son las únicas armas de las que dispone el hombre para seguir su camino. El hombre, desde una actitud ascética, casi mística, debe elaborar sus mentiras para tratar de comprender lo incomprensible, para tratar de olvidar lo que no puede olvidarse, para aplacar el miedo que no se va. De nada sirve rebelarse.”Un buen hombre busca que las cosas le causen dolor. Un hombre necio ni siquiera verá el dolor, salvo en sí mismo.”
Es esta novela un canto a la vida. Como enseñanza de vida no puede faltar la voluntad del hombre en afirmarla, realzarla, vivirla y colmarla desde su propia actitud: la alegría vital.


Safe Creative #1001155324446