viernes, 5 de marzo de 2010

Mendel el de los libros (Stefan Zweig)

Jackob Mendel, un inmigrante judío ruso, librero de viejo, desarrolla su obsesión bibliófila durante décadas en el vienés café Gluck, siempre ocupando la misma mesa como si de su despacho personal se tratara, arropado por la admiración de su distinguida clientela y por el afecto del propietario del establecimiento. Un día todo cambia para él. En plena primera guerra mundial, de cuya existencia el protagonista es del todo ajeno, es detenido por un absurdo incidente, fruto de su desapego a todo aquello que no sean los libros, apartándolo dramáticamente de su excéntrico mundo. Tras dos años internado en un campo de concentración vuelve a Viena, a sus libros y a su mesa del café Gluck; pero “Mendel ya no era Mendel, como el mundo no era ya el mundo”.
     Este relato, una miniatura de apenas 60 páginas, además de denunciar el deshumanizado manto de miseria moral y política que acompaña a cada guerra, alumbra los oscuros nichos de nuestra conciencia expandiendo un halo de culpabilidad colectiva. Y Zweig lo hace con la sutileza de un maestro, con la naturalidad de su prosa limpia, clara y directa; como en la descripción de la respuesta de la señora Sporchil, la encargada de los aseos, cuando es preguntada acerca del Sr. Mendel: “me preguntó si era un pariente –nadie se había interesado jamás por él, nadie había preguntado nunca por él- y si sabía lo que había ocurrido.” Si atroz y cruel es que el preciado tesoro de Mendel, su portentosa memoria, sea ajado por los golpes de la intolerancia, no es menos terrible que a la memoria de sus coetáneos le aqueje el olvido voluntario. Ilustrativas en este sentido son las últimas palabras del libro: “Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.”
     Repasando la biografía de Stefan Zweig para esta reseña, se reafirma en mí la idea de que este relato tiene algo de expiación: Stefan Zweig, Doctor en Lengua y Literaturas Románicas, se reconoce en la descripción del censor, el personaje que inicia el proceso que desemboca en la detención de Mendel:“empleado de la censura, un subalterno de servicio, profesor de instituto especializado en filología románica”. De igual modo, durante la guerra, el autor trabajó en la biblioteca del archivo militar realizando funciones que, como describe en sus memorias (“El mundo de ayer”), le llevaron a poner su rúbrica al pie de soflamas belicistas: “Tenía que prestar servicio en la biblioteca, (…) y también corregir estilísticamente muchos comunicados dirigidos al público. Desde luego no era una actividad gloriosa, lo reconozco de buen grado,(..)”. Quizá esta interpretación sea hilar muy fino pero, sea como fuere, un autor como Stefan Zweig, con una gran parte de su obra centrada en la libertad del individuo y en la lucha contra la injusticia, no precisa redención alguna.

3 comentarios:

Madison dijo...

Emotivo, hermoso, humano...uno de los libros que más me han impactado
Las circunstancias de la vida, las injusticias hacen que nunca más volvamos a ser los mismos.
Libro inmenso,una muestra de que en ocasiones no hace falta escribir mil páginas para decir mucho, decirlo todo.
¿se nota que adoro a Zweig?
estoy encantada de haberte encontrado.
Un abrazo

FranCCø dijo...

Tu blog refleja un amor sin condición a los libros.
Felicidades desde La Esfera.
Un Saludo.

Unknown dijo...

Hace poco leí 24 horas en la vida de una mujer y también me sorprendió la calidad e intensidad para una obra tan corta (unas 100 páginas)

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