domingo, 12 de julio de 2009

Indignación (Philip Roth)

Hoy terminé en el tren la lectura de este libro. Viajo con frecuencia a Madrid y el AVE se ha convertido en uno de mis lugares de lectura. Cuando subo al tren antes de tomar asiento practico el ya cotidiano ritual; despliego la mesita de mi asiento, coloco el libro, el teléfono, la libreta del trabajo, la libreta de apuntes y un pequeño e ingenioso teclado plegable por si tengo que enviar algún correo. Me siento y espero a que salga el tren. Mientras, observo cómo se acomodan los demás pasajeros y juego a intentar averiguar por su aspecto si me van a dar o no el viaje. Casi nunca acierto, a veces incluso el que aparenta ser más discreto termina dando voces por el móvil a pocos centímetros de mi oreja.
Si algo me indica con más certeza si puedo disfrutar de una lectura tranquila, es cuando veo a alguna familia con niños pequeños accediendo al vagón; ante esta imagen sólo me falta cruzar los dedos para escenificar el deseo de que sus asientos estén lo más apartado posible del mío. Es difícil mantener callado a un niño y más en un vagón de tren. Lo entiendo pero me irrita, siempre acaban por poner a prueba la potencia de sus pulmones y la paciencia de todo el pasaje. Hoy no tuve suerte, una familia china se acomodó justo delante de mí, en unos asientos dispuestos de frente, dos a dos, con una mesa en medio. La ubicación ideal para que no se callasen en todo el camino. Quizá debí cruzar los dedos.
El tren salía ya y el asiento contiguo al mío no había sido ocupado, preferí entonces consolarme pensando que al menos tendría más amplitud e intimidad.
Durante el viaje comprobé que los chinos pueden ser tan ruidosos en los trenes como los españoles en los restaurantes. No obstante, conseguí concentrarme lo suficiente. Ayudó el no saber chino para leer sin que los ojos volvieran una y otra vez a la misma línea.
Acabado el libro, me sentí desconcertado. Si bien, tras las primeras páginas conseguí entrever con cierta claridad un mensaje y una idea central, conforme avanzaba en la lectura las vueltas de la historia me iban confundiendo cada vez más.
Pensaba ensimismado sobre qué pretendía transmitir Roth con esta historia, qué se escondía detrás de ella, cuando una cabeza infantil de inconfundible origen chino, asomó por el respaldo del asiento delantero; un niño, de unos tres años, me miraba y sonreía; devolví la sonrisa y le dediqué algunas muecas, que es el recurso habitual cuando no tienes ni idea de qué hacer ante la insolente mirada de un niño. Apenas estaba haciendo el imbécil cuando el niño inclinó la cabeza para mirar las cosas que había sobre mi mesilla y, sin aviso previo, soltó un salivajo de un tamaño que hacía entender que existía premeditación, que lo había estado alimentando y mascando en mis propias narices. "Me cago en tu puta madre, niño" fue el susurro más bonito que pude elegir de entre todos los que cruzaron mi mente. El jugoso regalo hizo impacto de lleno sobre mi preciado teclado plegable, por fortuna plegado, sin producir ningún otro “daño colateral”. La sonrisa del pequeño monstruo se hizo más amplia, aquello parecía divertirle. En previsión de que quisiera seguir pasándolo en grande me apresuré a retirar los posibles blancos de la mesilla: libro, libreta de apuntes, libreta del trabajo, teléfono y teclado, este último con dos deditos y con mucho cuidado. Terminando de colocarlo todo en el asiento de al lado se produjo otra descarga, mayor que la anterior, y que cubrió buena parte del sitio que antes ocupaban mis cosas. Me levanté del asiento temiendo ya un ataque frontal, miré alrededor y nadie en todo el vagón parecía haberse percatado de nada, así que sin temer la ignominia recogí mi maleta, guardé lo que estaba intacto y, ante la sonrisa y la mirada acuchillada de mi atacante me dirigí con todo al baño del tren dónde limpié, con asco y dificultad, mi preciado teclado plegable.
El resto del trayecto lo pasé en el espacio entre vagones, mirando al niño fijamente a través de la puerta de cristal de la paltaforma e invocando a Herodes. No lo podía creer. Seguía mirándome sonriente desde su posición. Un mocoso chino de apenas tres años me había echado de mi asiento, había maltratado mis pertenencias y además parecía disfrutar de su victoria. Debería sentirme indignado, debería dirigirme a los padres y comentarles lo ocurrido e incluso hacer que se hicieran cargo de limpiarlo todo. “¿Para qué?”, me pregunté, “¿Afecta esto a mi integridad?”. En esto estaban mis pensamientos, revolviendo palabras, cuando tuve una visión clara de lo que ya intuía como mensaje del libro: "Pues eso, integridad e indignación".
Los personajes principales de la novela se caracterizan por su integridad. Marcus y Olivia pueden ser o no moralmente aceptados por el entorno o aceptables por el lector pero son de una indudable coherencia.
Una persona que aspira a ser íntegra no puede permanecer impasible cuando se le niega actuar conforme a sus principios, conforme a aquello que ha aprendido como norma de vida y en lo que cree con la razón y el alma. Lo natural es la rebeldía, la indignación y ser enérgico en el rechazo a comulgar con imposiciones. Creo que Roth lanza un aviso y pretende mostrar lo contradictorio e implacable de un sistema que, diseñando para la concordia, la convivencia, la tolerancia y la libertad, que propugna la felicidad como fin, obliga al individuo a renunciar a su integridad, a su independencia. A hacerle obrar conforme a criterios impuestos desde unas posiciones que no permiten ser discutidas.
Una nación que así se comporta, que no admite que el individuo la enriquezca desde sus propias aportaciones, en libertad, respeto e independencia, se comporta como una nación indigna (Indig-nation). Y son los hombres que conforman la clase dominante los que desde su soberbia corrompen el espíritu de una nación que es mucho más de lo que este sectarismo hace de ella.

Nota: No sé que fue del niño chino, supongo que andará ensalivando a todo el que se cruce en su camino, pero desde aquí le agradezco la escena que se inventó para mí. Como la tristeza frente a la felicidad, la mala educación es más fértil para el contador de historias que la buena. Un niño ejemplar y modoso no me habría ayudado.


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3 comentarios:

Tomás A.G. dijo...

Divertida e indignante introducción al tema del libro.
Muy interesante la conclusión a la que llegas. Desde luego no me extrañaría que Roth tuviera esa intención, pero le doy más mérito a la inteligencia que ha puesto el lector, en este caso.

blumm dijo...

Joder, qué reseña tan original.
La reseña enajena, sí señor.
Encantando por haberle descubierto.
Saludos.

amilcar dijo...

Gracias Blumm..., pero eso de "haberle descubierto", joder, me pones muy alto el listón. Sobre todo después de leer tu blog. Esto de tener público, "seguidores", es como si te apretaran cual tubo de pasta de dientes. Lo que sale es un pegote de responsabilidad veteada con unas delgadas líneas rojas de vanidad...Por mucho que se apriete, no creo que haya pasta suficiente para limpiar los dientes de mi entendimiento. Por fortuna hay blogs, como el tuyo, el de arrecogiendobellotas o el "Desde la ciudad sin cines", que te ayudan a extirpar las caries y aprender a masticar sin miedo, despacio, y saboreando los libros como lo haría un aprendiz de catavinos...Así que es a mi al que le toca decir "Encantado por haberle descubierto".
Saludos

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