martes, 2 de marzo de 2010

Azul casi transparente (Ryu Murakami)

     Este no es el Murakami del que ahora se habla (el de Tokio blues). Simplemente, es otro autor japonés. Con este libro inició una exitosa carrera literaria que ha compaginado con la de director de cine.. La novela fue publicada en 1976 y ganó el prestigioso premio Akuragawa

     El autor propone un escenario donde los personajes, jóvenes desarraigados, llenan su tiempo de sexo, drogas y violencia. No hay un argumento definido. La narración es un tramo de sus vidas; sin inicio ni final concretos.
     Uno de los adolescentes que bordean el abismo, narra en primera persona, con total alejamiento emocional, cuanto sucede en la novela: las orgías que organiza para los soldados de la cercana base americana, las alucinaciones de sus cuelgues, la violencia gratuita, las extrañas relaciones interpersonales y sus incoherentes diálogos,….todo empañado de sudor, vómito, sangre y suciedad.
     Si el autor pretende crear en el lector la confusión y desorientación que sufren los personajes del relato, lo consigue. Uno termina perdiendo el hilo de la trama llegando a no saber de quién es el culo que sangra, quién es el que se ha perforado la vena con la jeringuilla o quién es el que vomita desnudo en la moqueta mientras algún otro pincha un disco de The Doors.
     El libro está bien escrito, aparte de la asepsia descriptiva me han gustado los diálogos, dosificados y ralentizados conforme a las situaciones que viven los personajes, es decir, conforme a la heroína va haciéndoles efecto.
     Leerlo se acerca a ver un Gran Hermano en plan “gore”: no llegas a entender muy bien el comportamiento de los personajes pero, ahí están, haciendo de su capa un sayo. Incluso podría presentarlo Mercedes Milá vestida de gótica.

martes, 23 de febrero de 2010

Ébano (Ryszard Kapúscinsky)

Ryszard Kapúscinsky, nacido en Polonia en 1932, escritor y periodista, trabajó como corresponsal extranjero de la agencia polaca PAP. De sus viajes por el mundo y los acontecimientos que presenció queda buena cuenta en su obra. Recibió el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003 por «su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje». Murió en Varsovia en 2007

     Kapuscinsky, testigo de excepción del proceso de descolonización iniciado en África tras la segunda guerra mundial, cuenta en estas crónicas su particular visión de África. Una realidad muy alejada de la occidental y que no resulta fácilmente entendible por la egocéntrica mentalidad europea. Su privilegiada atalaya de corresponsal extranjero y su afán por conocer de cerca el mundo, o los mundos, de África, adentrándose en las entrañas del continente, lejos de la protección de las europeizadas ciudades costeras, confieren credibilidad y autoridad a sus palabras. Sus escritos destilan la objetividad del viajero que no se limita a ser testigo de cuanto ve, siente y percibe, sino que se esfuerza en ilustrarnos el origen de cada situación y sus consecuencias: las más de las veces la infinita codicia del algún tirano y la miseria y muerte de la población.
     El autor describe con detalle la frustración en que termina el que fuera ilusionante proceso de independencia de los diferentes nuevos estados africanos. Un desengaño que propicia el interesado mantenimiento del modelo administrativo colonial, fuente de la endémica corrupción que aún hoy asola el continente.
     Inquieta la sobrecogedora imagen del caos y el hambre apoderándose de gran parte del continente; las sequías de finales de los 60 convierten las ciudades en recipientes de una población que busca sobrevivir y que deambula por sus calles sin nada que hacer y que Kapuscinsky describe magistralmente: “En Uganda las llaman bayaye. Las veréis enseguida, pues son las que forman esas muchedumbres en la calle tan diferentes de las europeas. En Europa, la gente que se ve en la calle, por lo general, camina hacia un destino determinado. La aglomeración tiene una dirección y un ritmo, ritmo a menudo caracterizado por la prisa. En una ciudad africana, sólo parte de la gente se comporta de manera similar. El resto no va a ningún lado: no tiene adónde ni para qué. Deambula, permanece sentada a la sombra, mira a su alrededor, dormita... No tiene nada que hacer. Nadie la espera. Por regla general pasa hambre. El más mínimo acontecimiento callejero -una riña, una pelea, un ladrón atrapado— inmediatamente reúne una multitud de esa gente. Y es porque está por todas partes; los mirones del mundo: sin hacer nada, esperando a Dios sabe qué y viviendo de no se sabe qué.(......) Se vive de alguna manera, se duerme de alguna manera, a veces hasta se come de alguna manera. Este carácter ilusorio y efímero de su existencia hace que un bayaye siempre se sienta amenazado, que nunca lo abandone el miedo. Ese miedo que se ve aumentado por el hecho de que a menudo es un inmigrante no querido, un llegado de otra cultura, lengua y religión. Un competidor extraño y superfluo por un cuenco que ya de por sí está vacío, por un trabajo que siempre falta.”

     Desfilan por las páginas del libro salvajes gobernantes, analfabetos, obtusos y asesinos, encumbrados por las potencias europeas. Señores de la guerra (warlords) que desestabilizan gobiernos, saquean a la población, roban la ayuda humanitaria y controlan sus territorios con ejércitos de niños. Odios tribales que enfrentan castas de una misma tribu provocando matanzas que aún hoy suenan en el eco de nuestra memoria: Ruanda, algo que vimos u oímos en algún telediario; la matanza entre tutsis y hutus. La enquistada esclavitud del negro sobre el negro que convierte Liberia en un miserable país donde el gobernante de turno se limita a emborracharse y jugar con sus ministros a las cartas hasta que otro militar, ávido de poder, de dinero, llegue y lo descuartice en su cama. El triste panorama de recursos minerales que, como ocurre en Sierra Leona, son monopolizados por mafias alimentadas y enriquecidas por los compradores europeos de diamantes.
     Luego de esta maraña de odio, muerte y avaricia, sobrecoge aún mas la descripción que el autor hace de lo que encontró en Debre Zeit, en Etiopía: “Lo que más impresiona y deja atónito a cualquiera son las monstruosas cantidades de ese armamento, su increíble amontonamiento, las pilas de cientos de miles de ametralladoras, obuses, piezas de artillería de montaña y helicópteros de combate. Todo esto, regalo de Brézhnev a Mengistu, fue llegando a Etiopía durante años desde la Unión Soviética. Sólo que en Etiopía no había gente capaz de utilizar ni tan siquiera el diez por ciento de tales armas. Con semejente número de tanques se podría conquistar África entera, con el fuego de todos estos cañones y katiuskas ¡se podría reducir el continente a cenizas!”
     Todo este batiburrillo, bien cocinado, no deja de aportarle a uno ese punto de mala leche que genera la visión del cúmulo de lindezas que el hombre se depara a si mismo.(Creo que por salud mental retrasaré la lectura de la trilogía de Primo Levi.)
     Pero África sigue ahí, mágica, inmensa, con sus miles de tribus y su peculiar concepción de la vida, en la que los antepasados y los espíritus tienen un papel esencial. Describe Kapuscinsky la vida del africano del interior como un cotidiano equilibrio de funámbulo. A un paso de la muerte: basta un año de sequía o que un rayo les arrebate la sombra con que la solitaria acacia los protege del sol de mediodía. Este difícil equilibrio, donde cada nuevo día es una victoria, merece una reflexión profunda para siquiera acercarse a entender algo que contrasta radicalmente con nuestra opulenta realidad europea de la abundancia.
     Me quedo con la imagen de ese continente mágico, por descubrir, donde el sol también es vida, el África de la jungla tropical, del desierto infinito, de las manadas de búfalos, de las montañas verdes, de la hospitalidad de sus gentes, del elefante que señorea en sus sabanas. El África que también nos muestra Kapuschinsky:
(…)Era un misterio que empezó a corroer a los portugueses. ¿Cómo morían los elefantes? ¿Dónde yacían sus restos? ¿Dónde estaban sus cementerios? Se trataba, nada menos, que de colmillos de elefante, del marfil, de las enormes cantidades de dinero que por él se pagaba.

El cómo morían los elefantes era un secreto que los africanos habían guardado frente a los blancos durante mucho tiempo. El elefante es un animal sagrado y también lo es su muerte. Y todo lo sagrado está protegido por el más impenetrable de los misterios. La admiración más grande siempre la había despertado el hecho de que el elefante no tenía enemigos en el mundo animal. Nadie era capaz de vencerlo. Sólo podía morir (tiempo ha) de muerte natural. Esta solía producirse al ponerse el sol, cuando los elefantes acudían a sus abrevaderos. Se detenían en la orilla de un lago o de un río, alargaban las trompas, las sumergían en el agua y bebían. Pero llegaba el momento en que un elefante viejo y cansado ya no podía levantar la trompa y para saciar la sed tenía que adentrarse en el lago cada vez más. Y también cada vez más, sus patas se hundían en el légamo. El lago lo succionaba, lo atraía a sus insondables profundidades. Él, durante un tiempo, se defendía agitándose, intentando liberar las patas de la tenaza del légamo para poder regresar a la orilla, pero su propia masa resultaba demasiado grande y la fuerza del fondo era tan paralizante que el animal, finalmente, perdía el equilibrio, se caía y desaparecía bajo las aguas para siempre."

lunes, 15 de febrero de 2010

La Carretera (Cormac McCarthy)

En la estación hay mucha gente, pienso que son figurantes; tanta actividad contrasta con la apagada ciudad que minutos antes atravesé en taxi. Con sueño y el frío de la nueva mañana en el cuerpo me acomodo en el AVE . Hoy con más ánimo del que puede esperarse de estos madrugones. Al poco de iniciar la marcha supero la tentación de echar una cabezada y abro mi nueva lectura por la primera página: The Road (La carretera), de Cormac McCarthy. “Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior…..”
Algo más de dos horas después y apenas unas decenas de páginas leídas, me pesa el ánimo. Mis pasos por el ajetreado andén de Atocha van más lentos de lo habitual, frenados por un pensamiento ausente de lo inmediato, inmerso en las imágenes y sensaciones transmitidas por el relato, en la “negrura de ataúd” que rubrica los grises días de miedo, frío, hambre y desesperanza. No sabía que el negro pudiera ser tan negro
.
No es mal acercamiento a un libro y a un autor. Una invitación convincente para adentrarse en su obra.

Únicamente aparece un personaje con nombre en la novela, que resulta ser falso. No hay referencias, ni temporales ni personales. Tampoco se refiere el origen de la devastación que asola la tierra (aunque todo lector fácilmente lo supone) y que tiñe de un omnipresente gris el paisaje, el futuro y un difícil presente donde el recuerdo se transforma en puro dolor. La única referencia válida es la maldad. Frente a ella, la obstinada lucha de un hombre por salvar a su hijo; un niño que no sólo representa su tesoro personal sino que alberga “el fuego” que redimirá al hombre, que le hará renacer de sus cenizas: la bondad del amor. Del fuego destructor al fuego salvador.
La Carretera es una historia labrada desde fuera hacia dentro con la habilidad de un maestro artesano. Cormac McCarthy no escribe, cincela escenas en nuestro entendimiento golpeando el buril con su estilo magistral. Golpes secos, telegráficos.
No es fácil hacer que el lector se descubra a sí mismo buscando una luz, una esperanza, una señal positiva a cada vuelta de página sin poder apartar el temor a encontrar lo contrario.
McCarthy, norteamericano, nacido en 1933, es uno de esos escritores esquivos que no conceden entrevistas; actitud que, curiosamente, suele acompañar a la genialidad. .Esta es su décima y última novela publicada y ha gozado de un amplio reconocimiento. Es además premio Pulitzer.

martes, 9 de febrero de 2010

Cabeza de Perro (Morten Ramsland)



A veces viene bien un libro fresco, una historia contada con desenfado y agilidad. Es el caso de Cabeza de Perro. Un nieto de Askild Erikson, el eje de la saga, nos cuenta la historia de su familia, que bien podría tener el apellido Simpson. Entre continuas idas y venidas en el tiempo, lo que se llama analepsis (palabro de aúpa), el autor nos va alumbrando a retazos las historias de cada personaje, hermanos, abuelos, primos, tíos y sobrinos que componen la peculiar familia. Todos tienen un rasgo común que los asocia a alguno de sus congéneres; y no se trata precisamente de cualidades sino de puntos en los que conectar los extraños comportamientos entre generaciones. El humor, con un toque entre negro y absurdo, adereza gran parte del texto y, junto a la facilidad expresiva del autor, manteniendo alta la vitalidad de la historia, hacen que la lectura sea fácil y agradable.
Pasan cosas, se cuentan historias graciosas, tristes y absurdas y al terminar la última página, una buena sensación se queda con nosotros un rato. El tiempo justo de buscar otro libro.
Morten Ramsland es un joven escritor danés que dio la campanada con este libro en 2005; es decir, recibió varios premios y vendió mucho. No tengo noticias de que haya publicado nada más desde entonces.

viernes, 5 de febrero de 2010

El viajero del siglo (Andrés Neuman)

Esta es la cuarta novela del argentino y español Andrés Neuman. Afincado en Granada desde los catorce años, donde estudió filología hispánica, ha desarrollado una nutrida actividad literaria que, además de la novela, incluye la poesía, el ensayo y colecciones de cuentos. Pese a que no anda mál de galardones literarios, no se prodiga en los mediáticos corrales del marketing. Cuestión que es de agradecer ya que su actitud legitima los devaluados premios literarios tanto como el inmenso respeto a la literatura que mana de su prosa.
Yendo de paso, el viajero Hans llega a Wandesburgo, una pequeña ciudad que ejerce en él una incomprensible atracción que le hace retrasar su partida. Descubriendo entre paseos la ciudad, con sus misteriosas calles que parecen mover su ubicación cada día, Hans traba amistad con un Organillero, personaje que será principal en la novela. Pero, quien hace que su estancia provisional en Wandesburgo se convierta en indefinida es Sophía Gottlieb.
En principio parece un argumento común del que no pudiera esperarse una lectura compulsiva que tantas veces se echa de menos. Sin embargo Neuman sorprende al proponernos unos personajes, Sophia y Hans, que pese a encontrarse en la Europa Postnapoleónica en pleno siglo XIX, piensan y sienten de un modo más cercano a nuestros días desligándose de la rígida mentalidad imperante.
Confieso que al consultar la solapa del libro y descubrir la insultante juventud del autor, rebajé mis expectativas. Me equivoqué. Es una novela escrita despacio que merece leerse despacio.
Sin desfallecer a mediados de la novela, como en tantos otros escritores jóvenes, y no tan jóvenes, un estilo cuidado y sugerente se mantiene a lo largo de todo el texto, Circunstancia que se entiende después de leer la última línea “Granada Junio de 2003 - Noviembre de 2008”. El placer del lector está garantizado. Abundan párrafos que parecen compuestos de versos sueltos, invitando a una lectura pausada de cada frase para disfurtar de la aparente facilidad con la que sugieren vívidas escenas a nuestra imaginación.
Un libro en el que la literatura es la protagonista.

sábado, 16 de enero de 2010

El vendedor de pasados (José Eduardo Agualusa)

"He nacido en esta casa y me he criado en ella. Nunca he salido" Así comienza la novela, creando una imagen del narrador que se percibe desde la licencia litearia y que, unas páginas más adelante, se desvela como el personaje sobre el que pivota el tema del libro: la verdad
Un estilo melancólico y sugestivo impregna la escritura del autor, Eduardo Agualusa, nacido en Angola de familia portuguesa y brasileña. Con esta novela adquiere en 2007 un cierto reconocimiento internacional al recibir el Independent Foreing Fiction Prize, otorgado por el Consejo de las Artes del Reino Unido.
Felix Ventura se dedica a inventar pasados para quienes necesitan comprarlos. Un original argumento que podría haberse utilizado para una gruesa novela de intriga y que el autor aprovecha para crear una fábula que, a modo de sueño, no está exenta de verdad: "Hay verdad, aunque no haya verosimilitud, en todo lo que uno sueña"
Es un libro cuya lectura no te deja indiferente. Si se acepta la premisa que propone el autor de abrir nuestra imaginación y espolear un poco la fantasía, la historia transmite mucho más que lo anecdótico; despierta afectos, transmite emociones y aviva la reflexión. Cumple mucho de lo que puede esperarse de un buen libro sin que por ello sea un prodigio narrativo ni un libro redondo.
Felix Ventura:
"Creo que lo que hago es una forma avanzada de literatura. Yo también creo argumentos, invento personajes, pero en vez de dejarlos encerrados dentro de un libro les doy vida, los lanzo a la realidad."


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jueves, 14 de enero de 2010

Leonardo. El primer científico (Michael White)

Michael White, ahora autor de éxito como escritor de ficción, ha escrito también biografías de personajes de corte científico como Newton, Eistein o Stephen Hawkings. Su formación en ciencias propicia el enfoque que adelanta en el subtítulo del libro: "Leonardo. El primer científico".
Con independencia de que Leonardo pueda o no considerarse como un científico, como lector me quedo con la visión detallada que en el libro se presenta de un hombre didecado en cuerpo y alma al saber. La imagen de Leonardo se moldea desde la inquebrantable inquietud de una mente que precisa entender lo que percibe. Los comentarios extraídos de sus cuadernos y la descripción del entorno histórico y personal de cata etapa de su vida logran acercarnos al hombre que se encuentra detrás del mito. Un hombre que revolucionó el saber asociándolo a la utilidad tres siglos antes de la Revolución Industrial.


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jueves, 27 de agosto de 2009

Bola de sebo y otros relatos


Todos los cuentos del autor en: http://www.iesxunqueira1.com/maupassant/Todorelatos.HTM

lunes, 17 de agosto de 2009

Los hombres que no amaban a las mujeres (Stieg Laarson)

Es difícil sustraerse de conocer de cerca el fenómeno Millenium. Stieg Laarson seguro que andaría sorprendido, gratamente supongo, del increíble éxito de sus trilogía. Nadie puede saber a ciencia cierta qué se esconde detrás de semejante fenómeno que, al modo de canciones de moda que suenan a todas horas y bares que están abarrotados y a los que todo el mundo quiere ir, este libro (o libros) ha conseguido alcanzar ese magnetismo que tanto ansían los que crean y los que producen.
El libro cumple y funciona para lo que está escrito. Intriga, engancha y entretiene. Con un estilo claro, diáfano y casi cinematográfico Laarson despliega una trama cercana a la realidad actual y que contiene todos los ingredientes de la novela negra, mantenidos y dosificados con inteligencia a lo largo de un relato que no llega nunca a decaer. Si bien, a mi entender, la trama adolece de algún punto flaco, se disculpa por una necesidad de sustentar un argumento original y explicable que, de otro modo, carecería de la fuerza suficiente para atraer al lector hasta la última página, al menos con las ganas que yo lo hice.
Hammet y Chandler cambiaron mi concepto de la literatura policíaca o novela negra. No es que Stieg Laarson se acerque a la maestría que exhibe Chandler en los perfiles psicológicos de sus personajes en Adiós Muñeca, o sea capaz de crear los tipos oscuros y temerarios de Hammet en El Halcón Maltés, pero sí consigue elaborar una novela que no decepciona a quien busca en ella el entretenimiento y pasar un buen rato mientras lee. Se añade a ello el ser un fenómeno social, presente en las conversaciones en las que todos, con más o menos ganas, queremos participar. Así pues, tratándose de leer no puede uno dejar de acercarse a un libro que ha demostrado ser capaz de atraer la atención de lectores de todo tipo y que, sin duda, contribuye al acercamiento a la lectura como placer.

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2666 (Roberto Bolaño)

De Bolaño hay que saber antes de leer este libro. Al menos eso es lo que pensé cuando me dispuse a enterrarme entre las páginas de este inmenso libro, y no sólo en extensión. En la web hay mil reseñas que hablan de Bolaño y que dan una idea de, al menos, la imagen que transmitía. Chileno, murió en 2003 a los 50 años. Empezó con la poseía y terminó siendo novelista. Tal como dice en algúna página de 2666, no hay poesía que no pueda expresarse en una buena novela. Pasó su adolescencia en Méjico y esto se nota en la novela. Conoce el país del que habla. 2666 es su última novela. No consiguió terminarla lo que la deja abierta para desgracia de aquellos que gustan de los cabos atados. Aún así era obligada su publicación póstuma y como lector lo agradezco aún lamentando el que una obra tan ambiciosa no haya sido acabada. No deja de ser curioso que quede tan abierta como sus historias.

Intentando no fastidiar a quien quiera leer la novela hago una reseña que, después de leer más de 1000 páginas, no puede ser breve. La obra se divide en cinco partes, que, dicho sea de paso, el autor especificó que se publicaran por separado. No se hizo así, tan sólo en Estados Unidos ha aparecido un estuche con un volumen doble para facilitar el manejo.

La primera parte, “la parte de los críticos” es más bien cercana, asequible a cualquier hombre de ciudad. No desborda en exceso nuestro marco de referencia ya que se sitúa en entornos conocidos por lectores que, como yo, somos urbanitas y algo avezados en las conexiones que hoy son posibles en Europa. Si bien, el mundo de los catedráticos puede parecernos exclusivo, y ellos así mismo lo reclaman, es entendible desde el conocimiento de la sociedad occidental, y concretamente europea, que permite la creación de semejantes portentos universitarios. La cultura, el conocimiento centrado prácticamente en usos literarios es quizá la única habilidad que se describe de estos individuos. Como conocedores de la vida son algo más deficientes e incluso pueden llegar a ser patéticos en la manera que manejan sus emociones; intentando someterlas a criterios casi académicos cuando realmente reclaman por sí mismas un mayor protagonismo en su comunicación, en sus actos, en sus reflexiones y, sobre todo, en sus vidas. Si acaso se acercan al mundo real es empujados por la implacable atracción sexual que impele al hombre a moverse en coordenadas que nunca llega a conocer y mucho menos controlar. A partir de aquí son como marionetas que se mueven con torpeza al antojo de la verdadera y oculta realidad humana: las emociones y sus reflejos en el comportamiento. Los personajes parecen bien caracterizados. Dispersos en la Europa antigua, la de siempre, España, Francia, Inglaterra e Italia. De cada personaje Bolaño atisba un apunte de cada nación. Los utiliza a su antojo para definir entornos en la Europa que parece querer ser siempre la misma y que tiene sus diferencias. De Pelletier, se ríe con su forma vaga de dejarse llevar por una vida que le supera y que pretende achicar para domeñarla. De Espinoza hace la caricatura del temperamental ibérico, con fineza, que se deja llevar algo más allá en la expresión de sus emociones y en la falta de habilidad para controlarlas. Y en Morini está el dolor; presente en cada esquina del texto. El dolor de la soledad, del la falta de salud, de la melancolía, de la distancia, de la nausea…… Como catalizador de todas estas diferentes emociones aparece la figura de Liz Norton, que lejos de la ortodoxia, disciplina y férrea voluntad de los personajes masculinos se presenta como la inteligencia simple y plena. Sin ataduras, sin convencionalismos y con la falsa libertad que da la ausencia y desprecio del conocimiento propio, siendo esta ignorancia la que más dolor le propina cuando se convierte en rehén de sus emociones. Por fortuna su independencia le permite echar mano de la huida, la ruptura, la soledad y el silencio. Lejos de la mesura mental de cada uno de los catedráticos, Liz es un juguete explosivo que desequilibra a cada uno de los críticos. Este reflejo de inestabilidad es el perfecto escenario donde desfilan las características de cada uno, cómo afrontan el dolor y la frustración, la emoción y la alegría y, lo más curiosos, cómo son capaces de mover el centro de sus vidas a unas coordenadas antes desconocidas. Llegan incluso a relegar su misión Archinboldiana (les une el ser estudiosos apasionados de la obra de Benno Von Archimboldi, escritor misterioso al que intentan localizar) en aras de centrarse en sus sentimientos y deseos amorosos.
En los múltiples vericuetos que surgen de la vía principal del relato Bolaño trata muchos temas, íntimamente ligados entre sí. Destacar la supuesta sublimación del artista automutilado, que acaba desvirtuada por lo mundano de sus motivos y que invita a pensar que la elección del amante final, obviando lo inmediato, que realiza Liz es la sublimación del sentimiento.
Terminan en Santa Teresa, en Méjico, en busca de Archimboldi. Allí aparece la farragosa figura de Amalfitano, que da lugar a la siguiente parte.

La parte de Amalfitano
En el final de la parte anterior, con tres de los críticos envueltos en el mundo casi irreal y agobiante de santa Teresa, comienza un cambio en las descripciones y perfiles que abarca a los personajes, el entorno, y el concepto mismo de la vida. La vorágine del ajetreo intelectual desaparece para medirse el tiempo en otra dimensión. Las luces y sombras son ahora descritas con la parsimonia y dedicación de un dibujante que ralentiza sus movimientos adrede. La atmósfera que envuelve la historia va tornándose más inquieta y difícil de asimilar por el urbanita que controlaba las percepciones en la parte anterior. Aquí uno está más perdido y a expensas de que el autor nos guíe, no hay imágenes preconcebidas, estamos en manos de las descripciones de cada esquina, de cada fachada, de cada personaje, de cada conversación o mirada. El calor traspasa las páginas del libro, la comida pica al pensarla, la desconfianza y la inseguridad inquietan en cada paseo por la ciudad sin que siquiera la mencione el autor. Es un mundo que invita a que todo puede ocurrir y que nada es lo que aparenta. El vacío parece dominarlo todo y una apariencia de realidad se cierne como un decorado en forma de ciudad, hotel, universidad, cantina, coche, puesto, ……los figurantes no son visibles más que en la sombra y no se sabe de dónde vienen y a donde van. La lentitud de las horas se suma a la monotonía de los días, dónde la reflexión parece ser el único espacio que deja el desierto a la actividad humana. La suciedad es un paisaje que termina devorando las alternativas de la imaginación y lo terroso empalaga y seca la boca. Desorden, destartalamiento, deslavazadas conversaciones, calles y personajes forman la parte de Amalfitano y la final de la de los críticos.
En este ambiente etéreo, etílico y sofocante, las vacilaciones mentales de Amalfitano son casi un derivado lógico de los acontecimientos. A creerlo así contribuye la historia personal de Amalfitano, de su alocada mujer que se abandona a sus fantasías luego de hacer lo propio con su hogar. Panero aparece como personaje asilado en un sanatorio y a partir de ahí, con la misma textura de sus poemas, se dibujan escenas y acontecimientos que tienen al dolor como fondo.
El dolor, tema omnipresente el cada uno de los personajes. Ninguno se libra de sus pisotones.
Me gusta el modo en que Bolaño nos va presentando el proceso de aparición de la esquizofrenia en Amalfitano. Desde el simple ensimismamiento propio de un hombre que no termina de saber porqué está dónde está hasta el delirio de las alucinaciones auditivas, pasando por una incipiente misantropía y manía persecutoria. Pareciera que es el fin de todo habitante de ese paisaje que osa preguntarse el sentido de sus vidas, siendo irónicamente un lugar que invita a hacerse la pregunta desde una respuesta árida, sucia y terrosa.

La parte de Fate.
Si ya están definidos los ingredientes de un entorno hostil a la inteligencia, al orden mental y a la propia respiración del individuo ahora Bolaño suma y sigue. Fate es negro, periodista de una mediocre publicación para negros que parece girar sobre si misma. Su madre acaba de morir y su nula o fría reacción pareciera agazapada para tratar de sorprenderle en cuanto dedique algo de tiempo a pensarla. Todo parece ajeno al personaje. Sensación que se acentúa con el surrealista encuentro de trabajo que tiene con un antiguo personaje de la comunidad negra. Desde aquí, dislocados los soportes de una realidad normal, Fate es enviado para realizar una crónica a un lugar que le es ajeno y sobre un tema que no conoce. La desubicación psicológica y geográfica del personaje no hace más que arrojar tinte oscuro al ya ennegrecido paisaje de Santa Teresa. Como arrastrado por una lenta corriente de magma, Fate se abrasa en un desértico rincón que parece olvidado de la cordura y donde la vida se abre paso como yerba entre zarzales secos.

La parte de los crímenes.
Como una interminable letanía, la descripción de las muertes y las víctimas van hilvanando el relato de una barbarie. La sangre de cuerpos torturados se oscurece conforme se extiende por los caminos de tierra caliente y seca y todas las palabras pisan charcos de sangre y van hollando el relato con rodadas de vidas tristes repletas de miseria, de una miseria que no es tal para quien la vive sino la vida misma. Las historias van serpenteando por laberintos dentro de otros laberintos, muriendo unas en calles sin salida y perdiéndosele la pista a otras. No hay personaje que no se sienta atrapado, todos abominan de cuanto les rodea y se esconden de esa sensación vistiendo sus vidas con camisas sudadas y trajes con lamparones. Desampara y repele la sociedad que se exhibe, impúdicamente machista y lacerada por una corrupción que compacta la desidia de las autoridades, permeables sólo al arribismo, el cohecho y la inoperancia más absoluta. De fondo, un espejismo de progreso que se hunde en la realidad fangosa del mercantilismo salvaje, turnos de trabajo interminables, sueldos míseros e hileras de chamizos con techos de hojalata.
No hay lugar para la esperanza. Es la descripción de una agonía que se repite de forma indefinida y que se alimenta de su propio dolor para perpetuarse. Un inmenso vertedero humano donde se pudre lo peor del hombre ante la náusea del lector. Bolaño no necesita siquiera escribir o describir ni una sola escena de llanto, gritos y desesperación de los familiares de las víctimas para transmitir el dolor y el miedo que anega la ciudad. Esos sentimientos surgen como gritos ahogados en la mente de sus lectores.

La parte de Archimboldi.
Es esta la parte que más me gusta. La historia se hace más lineal y el estilo más fresco. Además de por escapar de Santa Teresa se siente alivio por no tener que torcer el pensamiento para intentar comprender lo incomprensible. Aparecen el már, los árboles, el bosque, los riscos. Aquí la historia se hace más ancha, se abren las ventanas y corre el aire. Hans Reiter es un personaje entero, de cabo a rabo. Su historia se entiende y se hace propia. No hay lugar para rebuscadas interpretaciones. Si bien Hans es un personaje complicado se hace simple al contraste con el resto que pululan por la novela. Por supuesto, Bolaño no deja de zigzaguear pero en esta ocasión las curvas se suaviza y las historias tienen una conexión directa, para enriquecer al personaje y no sólo el ambiente, que también.
Es en esta parte, donde he encontrado a un Bolaño más desmelenado. Hay pasajes que son verdaderas maravillas en los que las opiniones sobre los escritores y la visión de la literatura son de un desparpajo y frescura fascinantes. Pasajes donde la simpleza y claridad de sus palabras contrastan con la dificultad de expresar la idea que plasma a la perfección. Es aquí donde Bolaño me ha cautivado, dónde me he liberado de la desconfianza que me incitaba tanta prosa onírica y surrealista. Bolaño escribió sin miedo, sin miedo a ser malo.

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